El Pacto

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UN PACTO CON EL DIABLO

Era mi primer año de enseñanza secundaria, cuando estudiaba con los Maristas del Colegio Valladolid en la ciudad de Morelia, Michoacán. Estaba internado en el edificio que estaba enfrente de la entrada principal por dónde se ubicaba la Dirección, pues había por la calle paralela otra entrada en donde también había otro internado para estudiantes del Colegio.
Tengo muy buenos recuerdos de esa época, mi maestro titular se llamaba Raúl Gutiérrez a quien apodaban “El Oso” debido a que estaba muy fornido y velludo de los brazos, de carácter jovial y bien parecido. Era además una buena persona, un buen pedagogo, un buen deportista y un gran aficionado a la fotografía.
Cuando salíamos de paseo siempre nos sorprendía con su cámara, escogía a dos alumnos más o menos de la misma edad y del mismo peso y nos enfrentaba en una lucha pero nos advertía: no se permiten los puñetazos, las patadas, ni las mordidas. Allí nos tenía luchando con la gritería de los compañeros que le iban a uno o a otro de los contendientes, mientras nos captaba en las posiciones más ridículas. Luego enfrentaba a otro par hasta que uno de los contendientes estaba cansado o ligeramente lastimado, nunca había ganadores, pero nosotros siempre nos dábamos cuenta quien era el vencedor de la lucha, aunque el profesor no lo reconociera.
Luego venía lo más emocionante, nosotros éramos como treinta alumnos y el maestro gritaba: Ahora viene la verdadera lucha todos ustedes contra mí y comenzaba a correr y allí vamos todos corriendo detrás de Él hasta que lográbamos acorralarlo y luego lo atenazábamos por el cuello, las piernas y los brazos. A todos nos quitaba con facilidad como un verdadero oso, la lucha duraba como unos cinco minutos hasta que por fin El Oso, gritaba extenuado ¡me rindo! Todavía me acuerdo de él con mucho agrado.
Cuando terminó el año escolar “hay nomás pinchemente” yo estaba en el cuadro de honor con medalla de aplicación, de conducta, de asistencia y de moral, pero estaba reprobado en música.
¿Te lo puedes imaginar?
Yo creo que le caía mal al maestro al que le decían “El Diablo” porque tenía las cejas en forma de “V” invertida y las entradas en el cabello se le hacían como pequeños cuernos. Además era de carácter fuerte y hasta un poco presumido, ya que algunos de los que se dedican a la enseñanza creen que su materia es la más importante de todas. Cuando la clase terminaba había un montón de alumnos alrededor del escritorio, halagando al profesor lo cual lo hacía muy feliz y son los que se sacaban las mejores calificaciones. También se jactaba de que tenía un hermano que se desempeñaba en las altas esferas del poder en la política.
Faltaba una semana para la fiesta de clausura, la cual se iba a efectuar en las instalaciones del cine Morelia, yo estaba desilusionado porque había estudiado la Historia de la Música y hasta aprendí un poco a leer las notas pero El Diablo de todas maneras me reprobó.
Estar en un Internado es muy triste y no tienes a quien acudir, para acabarla de joder El Diablo y El Oso no se llevaban bien. Estuve pensando en cómo hacerle para salir del problema y se me ocurrió hablar con el Sr. Díaz (así es como se apellidaba El diablo) para pedirle que me hiciera otro examen o que me dejara un trabajo para aumentar mi calificación en educación musical, para ese entonces ya no había clases pues el año escolar se había terminado y solo estábamos esperando la fecha de graduación.
Una tarde faltando tres días para la famosa fiesta crucé la calle hasta el Colegio y solicité hablar con el maestro de música; me pasaron a la Dirección y me dijeron que allí lo esperara, yo estaba nervioso porque el Diablo era muy cabrón y temía que fuera a regañar o a castigar.
Por fin entró y me dijo:
¿Qué se te ofrece?
–Señor Díaz vengo a pedirle de favor que me ponga algún trabajo que me permita aumentar mi calificación. Levantó una ceja y me dijo: ¿y cómo vas en las demás materias?
–Muy bien le respondí
Él, nada pendejo mandó pedir mis calificaciones para ver si le estaba diciendo la verdad.
–En efecto tienes muy buenas calificaciones, lamentablemente no te puedo ayudar
Me sentí muy desesperanzado pero aun así le dije:
–Sr. Díaz yo sé tocar la guitarra y también me gusta cantar y si usted me incluye puedo tocar en la fiesta de clausura.
Se quedó pensando un rato y luego me dijo:
–Te espero mañana a las 5 de la tarde en el salón de actos del colegio, no se te olvide traer tu guitarra.
Había escuchado rumores de otros reprobados de que al Diablo le gustaban los muchachitos y aunque solo eran rumores, me dio miedo y le pedí a uno de los compañeros del Internado que me acompañara. Llegamos puntuales al teatro, El Diablo se encontraba sentado en la primera fila frente al pódium, mi cuate se sentó en la última fila y yo me subí al estrado en dónde había por todo mobiliario una pequeña silla. Me acomodé con mi guitarrita que me había regalado el general Lázaro Cárdenas Del Río.
¿Qué es lo que sabes tocar?
–Canciones rancheras, algunas de Agustín Lara y las que me han enseñado en el coro
Empecé a cantar una vieja canción ranchera muy conocida que mi padre me había enseñado, cuando terminé me llevé una grata sorpresa; El Diablo se puso de pie y comenzó a aplaudir.
–Ponte a ensayar el requinto hasta que no tengas ninguna falla, debes darle más sentimiento, en esta frase debes bajar un poco la voz para darle énfasis y en esta otra canta lo más fuerte que puedas; quedas incluido en el programa de clausura. Antes de ti va a tocar otro muchacho en la guitarra una melodía clásica, pero no va a cantar, también quiero que te pongas a ensayar con el coro. Por la calificación no te preocupes pues ahora mismo voy al archivo para cambiarla.
Salí de allí echando brincos de alegría, mi compañero me dijo ¡Que suerte tienes cabrón! A que no sabías que te acompañé porque yo también estoy reprobado.
Me puse a ensayar con ahínco hasta que se llegó la fecha, llegamos al teatro del cine Morelia con uniforme de gala: Quepí blanco en la parte superior y azul en la parte inferior, saco azul marino cruzado con seis botones al frente, camisa blanca con las puntas del cuello por fuera, pantalón blanco y zapatos negros limpios y relucientes. Todos los que íbamos a participar, estábamos apretujados en un anexo que tiene el teatro para acceder más fácilmente al escenario.
El programa comenzó con las presentaciones de las autoridades del Colegio y algunos personajes de la política local, el tiempo se fue volando hasta que anunciaron al compañero que me precedía con la melodía clásica.
Tocó la Rapsodia Húngara que tiene un alto grado de dificultad de una manera impecable, sin ninguna equivocación. Los asistentes se levantaron y le prodigaron un gran aplauso (yo entre ellos), aunque no son competencias pensé, que difícil compromiso tengo por delante.
El maestro de ceremonias me anunció, pasé al frente y me acomodé en la silla en que se había sentado mi predecesor, cuando se hizo el silencio, empecé a cantar con las indicaciones que me había dado mi maestro, el cual se encontraba hasta adelante para infundirme confianza.
Cuando finalicé también me aplaudieron mucho, siguieron aplaudiendo y pidieron OTRA, OTRA. Que gran momento para mi ego cuando por segunda ocasión fui llamado para cantar con el coro. Luego siguiendo el protocolo nos hicieron pasar al frente para que nuestros padres nos prendieran las medallas en el pecho.
Ya hacía tiempo que mi madre había fallecido y mi padre no se encontraba en la ciudad, poco a poco me fui quedando solo frente al público hasta que mi maestro el Sr. Díaz se levantó a ponerme las medallas agregando una medalla de música y otra del coro a las que ya tenía. El nombre completo del que apodábamos El Diablo era Miguel Díaz Ordaz, hermano de quien a la postre fuera Presidente de la República. Al rato se me acercó el compañero que me había acompañado a la audición en el salón de actos del Colegio y me dijo sonriendo:
¿Qué crees? El Diablo también a mí, me aprobó.
Para que veas, ¡EL DIABLO NUNCA ES COMO LO PINTAN!

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