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Wednesday, September 17, 2025
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Rayados, golear para sobrevivir

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Rayados continúa vivo en el Clausura 2015, pero si quiere sobrevivir para llegar a la Liguilla, no sólo tendrá que ganar seis puntos de los que restan por disputar, también requiere triunfar de manera contundente.

El triunfo de La Pandilla 1-0 sobre el Morelia en la Jornada 15 abrió el panorama de los regiomontanos de cara al final de la fase regular, teniendo el destino en sus manos si logran cerrar con broche de oro; es decir, dos victorias.

Monterrey debe resarcir una marca de menos cinco goles en contra, que los pone en desventaja con los otros cinco involucrados por los últimos boletos a la Fiesta Grande.

Los últimos seis puntos por jugar serán claves para el equipo de Antonio Mohamed y para ello tendrán enfrente a Jaguares y Pumas, instituciones que también pelean por un pase y que en caso de derrotarlas, las dejarían fuera del camino.

Haber logrado la victoria ante Monarcas fue de provecho para la Pandilla, pues a pesar de haberse mantenido en el sitio 13 de la tabla general, recortaron algunas unidades ante otros involucrados.

Y lo mejor es que cuatro de los cinco equipos que están por encima de los albiazules tendrán duelos directos, por lo que una combinación de resultados, sumado a un contundente triunfo en Chiapas, podría ponerlos en la zona de Liguilla a falta de una fecha.

Cruz Azul (fuera de zona de clasificación) se medirá ante los de la UNAM, mientras que Pachuca recibirá al Santos, por lo que indirectamente los de la Sultana del Norte se verían beneficiados de estos marcadores, sobre todo si son empates.

Hasta el momento ninguna escuadra ha amarrado boleto a la Fiesta Grande e incluso podría haber movimientos en la parte alta de la tabla, ya que también habrá duelos claves como el Tigres frente a Guadalajara, Atlas contra Xolos y América midiéndose al Toluca.

[MEDIOTIEMPO]

La Guachita Parte 4

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JUEVES

Amaranta despertó con un fuerte dolor de cabeza y con la sensación de que todo el mundo se movía. Caminó desnuda hasta la tinaja y tomó bastante agua.

– ¡Ahhh, qué rica amaneció el agua! –Manifestó-.

Tenía los ojos hinchados de tanto llorar. El recuerdo de la muerte de su padrino siempre le apachurraba el corazón y la hacía derramar un diluvio lacrimógeno. Era imposible acostumbrarse a su ausencia, extrañaba su compañía, sus palabras cariñosas, su mirada pícara y la seguridad que le infundía, pero, sobre todo, la visión sencilla de la vida y de las cosas. Para él, ser feliz era fácil, bastaba saber qué era lo que uno necesitaba y encaminar las acciones para lograrlo.

La Guachita concluyó muchas veces, al repasar su tránsito por la vida, que la felicidad de las personas depende, fundamentalmente, de las decisiones que se tomen y de los socios que tenga cada quien a lo largo de su existencia. Ella tuvo a su lado a un ser humano invaluable como su padrino, el cómplice ideal en todo. Su filosofía simplista de la vida dotó a Amaranta de los elementos suficientes para adoptar las mejores decisiones para su futuro. En consecuencia, La Guachita había sido muy feliz, a pesar de los momentos tristes que tuvo que sufrir, como la muerte de los seres que más amó, además de los ataques de Federico, Gabino, José Luis y Casildo.

Vio el reloj. Eran las nueve de la mañana, así que se metió a bañar, para estar lista antes de que llegara doña Agustina.

Debido a los malestares por el exceso de alcohol de la noche anterior, Amaranta decidió preparar pancita para almorzar. Cuando llegó doña Agustina, ya todo estaba listo.

– ¡Buenos días, niña, aquí huele muy rico! ¿Qué vamos a almorzar?

– Buenos días, doña Agus. Hice pancita.

– ¿Y le puso granos de maíz?

– Sí, ya sabe que así me gusta más.

– Qué bueno, así está más sabrosa. Yo traje zurrapas, por si quiere echarse un taco.

– Gracias, las voy a probar.

– ¿Pasó mala noche? No tiene buena cara.

– Sí, fue noche de recuerdos.

– ¡Ay, niña, ya olvídese del pasado y viva el presente! Acepte a don Pablo Emilio y sea feliz con él.

– Tiene razón, a los muertos hay que dejarlos descansar y únicamente recordarlos con cariño.

– ¡Así me gusta!

– ¿Qué trajo para desayunar?

– Pan de antá Jonás, huchepos y gorditas de cuajada.

– ¿Qué piezas de pan trajo? La leche no se me antoja con la cruda que tengo, voy a tomar café con pan.

– Mire, traje un cuerno, pan corriente, reventadas y reinas.

– Deme un cuernito, por favor. ¿Usted qué va a tomar?

– Leche con una gordita. Voy a preparar una salsa molcajeteada para las zurrapas.

– Ándele, pues. No se tarde, para ponernos a desayunar.

– Usted empiécele.

– No, la espero.

Una vez que terminaron de desayunar y de almorzar, Amaranta formuló la pregunta de rigor:

– ¿Qué hay por el pueblo, doña Agus?

– ¡Ahora sí está cargada la nube! Le traigo hartas novedades. ¿Se acuerda de Florencia?

– ¿La hija de don Simón y doña Natalia?

– ¡Ésa mero! Se huyó con el novio.

– ¡Con Reynaldo! ¡Pero si son unos guachitos, todavía!

– Pues ya ve, la calentura no los deja.

– ¿Y de qué irán a vivir?

– ¡Sepa la jodida! ¡Yo creo que le va a dar de comer cuachaz y charamascas! El guache no tiene trabajo ni traza. Además, es bien huevón, dicen que uno de sus pies le pide permiso al otro para moverse.

– ¡Pobre Florencia!

– No, pobrecita de mi comadre Natalia, ha de estar bien triste. Ni modo, así es la vida.

– ¿Qué otra novedad hay?

– Pues nada, que se van a casar don Espiridión y Trini.

– ¿Y eso? ¡Yo no sabía que fueran pareja!

– Pues ya la gente murmuraba ende queaque. Dicen que no sólo le ayudaba en la tienda, también le hacía el otro quehacer.

– ¡Pero, está muy viejo para ella!

– ¡Pues sí, cerca vieja, puntal nuevo!

– ¿No estará embarazada?

– La gente dice que sí, yo no sé, pero cuando dicen este perro tiene rabia, la tiene o le va a dar. ¡A mí no me crea, pero verdá de Dios que es cierto!

– No, pues sí.

– Todavía no acabo. Don Filogonio y doña Pelancha se volvieron a juntar.

– ¡No lo puedo creer, ya cada quien andaba por su lado!

– Así es, pero en las fiestas del diez los vieron bailando todas las noches y, pues como dicen, tizón que ha sido brasa, con poquito vuelve a arder.

– Pues me da gusto. No podía entender cómo le dieron fin a toda una vida juntos. Ya los hijos están bien grandes.

– Para mí que no van a durar, niña.

– No les eche la sal, doña Agus.

– Pues ya veremos. Le voy a cambiar de tema. Dice la gente que uno de los precandidatos a la presidencia municipal está proponiendo que todos los presidentes declaren los bienes que tienen, antes de asumir el cargo, porque luego salen ricos en tan sólo tres años.

– Pues a mí me parece bien, muchos de nuestros alcaldes se han enriquecido en el puesto.

– Así es, el que a la iglesia sirve, de la iglesia se mantiene.

– Pues sí, pero hay unos que son, mero, bien descarados, hasta las computadoras se llevan.

– Eso ya es tener mucha hambre, ¡hay que ser moreno, pero no tan prieto!

– Con la inseguridad que hay en la región, parecería que nadie querría ser presidente, pero, mire, siempre hay más de uno interesado en el puesto.

– A mí lo que más coraje me da es todo lo que prometen en sus campañas. Son como el calendario de Jalisco: ofrecen agua y es aire.

– Pues a mí lo que más me irrita, es que algunos zirandarenses vendan sus votos por tres pesos y que tengan tan mala memoria, porque vuelven a aceptar a ex presidentes para un nuevo mandato, a pesar de que entregaron puras cuentas rengas.

– Pero, nadie hace nada para cambiar las cosas, por eso, entre más se agacha uno, más hondo le ven la cueva.

– ¿Son todas las novedades?

– No, falta una, pero no le va a gustar.

– Dígamela.

– Casildo está en el pueblo. Anoche lo vieron en Las Cagüingas.

Amaranta no dijo nada, pero su rostro, sí. Dio noticia de un miedo mayúsculo, paralizante. Doña Agustina la abrazó.

– No tenga miedo, niña –dijo para calmarla-. Don Pablo Emilio no va a permitir que le haga daño. ¿A qué hora llega?

– En un rato más. Gracias por sus palabras, doña Agus.

– Por nada. ¿Qué quiere que le haga de comer?

– Caldo de iguana, por favor.

– Muy bien.

– Voy a subir a mi recámara. Asegúrese de que todas las puertas estén bien cerradas y no le abra a nadie sin saber quién es, por favor.

– Pierda cuidado, así lo haré.

– Me avisa cuando se vaya.

– Sí, claro.

Amaranta se acomodó en un sillón de la terraza y se introdujo al mundo de sus recuerdos. Se ubicó en 1992, cuando su padrino se quedó a vivir en Morelia, Michoacán.

Por esos días, La Guachita estaba muy sensible, lloraba de cualquier cosa y don Ernesto no estaba a su lado para espantarle la tristeza y devolverle la alegría. Afortunadamente, el señor Ruiz tuvo el tino de contratar un capataz, porque ella no tenía ganas de nada, únicamente de dormir, de aislarse del mundo y de no utilizar la mente más que para realizar sus actividades básicas.

Tuvieron que transcurrir tres meses para que saliera de su letargo. Las visitas quincenales de su padrino le infundían vida y todo volvía a ser como antes, pero sólo durante 48 horas, que era el tiempo que don Ernesto permanecía en Tondoche.

Fortunato era un capataz de tiempo completo, vivía para hacer producir el rancho a su máxima capacidad. Amaranta admiraba su actitud y su enorme esfuerzo diario. No le quedó más remedio que ponerse a su altura. Además, quería cumplir la orden de su padrino, en el sentido de que trabajaran juntos y coordinados.

Realizar las faenas cotidianas con alguien como Fortunato era fácil y agradable. Siempre estaba de buenas y cantaba todo el tiempo. Sabía mandar, sin maltratar a la gente. A ella le daba un trato muy respetuoso, el de un empleado hacia la patrona, pero ella lo obligó a que se olvidara de eso y le pidió que la considerara uno de sus iguales.

La convivencia de todos los días y a cada rato propició que surgieran las confidencias, así que ambos llegaron a conocerse muy bien y a ubicarse a la perfección. Conversaban todas las noches de temas personales y al final, se ponían a cantar.

Fortunato siempre estaba pendiente de ella, de su seguridad, de su bienestar. En ese orden de ideas, reforzó la seguridad del rancho, cuando se percató que Casildo merodeaba por las cercanías de Tondoche, incluso, él le disparó en más de una ocasión.

En las primeras horas de los días en los que La Guachita cumplía años, el capataz le llevaba las Mañanitas. Lo acompañaban, invariablemente, sus amigos: Martín Pineda, Enrique Ochoa, Favio Mora, César Ochoa, Edmundo Macedo y Carlos Chávez.

A medida que el vínculo amistoso de Amaranta y Fortunato se fortalecía, él adoptó la costumbre de llevarle serenata con frecuencia. Por esas fechas, La Guachita  se dio cuenta de que la ausencia de su padrino ya no dolía tanto.

La naturaleza se impuso y posibilitó que los corazones de la patrona y del capataz latieran al mismo ritmo. Se hicieron novios, después de que Amaranta se sinceró con él y le dijo que tal vez ella no le convenía, porque había aspectos de su vida que quizá Fortunato no entendería ni aceptaría, además de que estaba convencida que nunca podría amarlo como había amado a otro hombre.

Fortunato manifestó que para él Amaranta había nacido en 1992, es decir, que el pasado no le interesaba y que si había un espacio en el corazón de La Guachita, él se encargaría de instalarse en ese pedacito. Le prometió consagrar su vida en hacerla muy feliz.

La convicción de Fortunato convenció a Amaranta y lo aceptó como novio. No se lo quiso comentar a su padrino hasta ver qué tanto avanzaba la relación, incluso, le pidió a Fortunato que delante de don Ernesto se comportaran como amigos, sólo por un breve lapso.

Un poco antes de casarse, Amaranta se encontró con Pablo Emilio en la plaza de Zirándaro. La Guachita se emocionó mucho al verlo y fue hacia él para saludarlo y hacerle patente el inmenso cariño que le tenía, pero su amigo de la infancia se mostró frío y distante. Por si fuera poco, le presentó a su esposa y se alejó sin manifestar ninguna emoción por el reencuentro.

El destino, irónico, le cumplió un viejo anhelo a Amaranta: volver a ver a Pablo Emilio, pero eligió un momento muy especial para ello, la víspera de la boda de La Guachita.

Antes de casarse, Amaranta quiso comunicarle a su padrino los motivos de su decisión, pero no lo pudo hacer, porque él no lo permitió.

Se casaron en 1995 y vivieron muy felices, a pesar de que nunca pudieron tener hijos. Distintos doctores que la atendieron le preguntaron si había tenido algún aborto y ella contestó que no. Los especialistas concluyeron que Amaranta era estéril. Intentaron diversos tratamientos, pero nada funcionó, no lograron ser padres. Fortunato utilizó todos sus recursos para mitigar la tristeza de su esposa por la maternidad fallida,  y, al final, ella lo superó o hizo como que lo superaba.

El único evento que empañó la felicidad de La Guachita fue la muerte de su padrino, en 1996. Fue un golpe durísimo, devastador, tanto, que estuvo postrada dos meses. Poco a poco se reincorporó a sus actividades habituales y a atender a su esposo, a quien tuvo muy descuidado. Fortunato demostró su amor por Amaranta, de distintas maneras, sobre todo, estaba ahí, a su lado, cuando ella más lo necesitaba.

La conjunción de los astros contribuyó a la felicidad de Amaranta y Fortunato. En el lapso que duró su matrimonio, se olvidaron de Casildo, porque no tuvieron noticias de él.

En 2005, Fortunato fue asesinado una noche en el rancho. Le habían disparado por la espalda. En el pecho le clavaron un letrero que decía: “Para que aprendas a respetar a la mujer ajena”. Igual que antes, las autoridades no pudieron esclarecer el delito. Nadie vio ni oyó nada, excepto los disparos, esa noche funesta.

Amaranta sufrió mucho la pérdida de su esposo. A pesar de que sus hermanos, cuñados y sobrinos la acompañaron en el sepelio y el velorio, se sintió muy sola. En esos días, la presencia de Pablo Emilio y de Lorena, su nueva esposa, fue constante en la casa de La Guachita y en el panteón. La acompañaron en su dolor.

 

Amaranta interrumpió su viaje al pasado porque el llanto la obligó. Fortunato fue un esposo excelente, vivió para adorarla y hacerla feliz. Se ganó su cariño, respeto y admiración, por su enorme estatura como ser humano. Nunca lo iba a olvidar.

Amaranta no supo qué, pero algo la obligó a dirigir la vista hacia la cuestabajo, entre los árboles. Observó con cuidado y descubrió a Casildo, que la veía fijamente. La Guachita se metió a la recámara y retornó a la terraza un par de minutos después. Volvió a mirar hacia el sitio donde había visto a Casildo y se percató que seguía ahí. Sin pensarlo más, Amaranta sacó la pistola que llevaba, apuntó y disparó, en dirección a su agresor de antaño. Segundos después, La Guachita vio que ya no había nadie donde antes estaba su ex condiscípulo.

Doña Agustina subió a la terraza, pero antes llegó su voz:

– ¡Niña Amaranta, qué pasó! ¿Está bien?

– Sí, doña Agus –contestó Amaranta-, estoy bien. Acabo de ver a Casildo allá, en la cuestabajo y le disparé.

– ¿Le dio?

– No lo sé, no lo creo. Avise a la policía, por favor.

– Sí, les voy a pedir que se den una vuelta.

– Gracias.

Doña Agustina llamó a la policía municipal y le indicaron que irían a la casa de La Guachita en unos minutos. Efectivamente, llegaron casi de inmediato y después de escuchar lo ocurrido, de labios de Amaranta, se dedicaron a buscar a Casildo, pero no lo encontraron. Dejaron a un elemento policíaco afuera de la casa y luego se retiraron.

Amaranta llamó por teléfono a Pablo Emilio y le contó lo ocurrido, además de preguntarle dónde estaba.

– Acabo de pasar por Chagüícuaro. En unos minutos estoy contigo –contestó Pablo Emilio-. ¡No salgas de tu casa!

Al llegar, Pablo Emilio se introdujo a la casa y abrazó a Amaranta.

– ¿Estás bien, preciosa? –Cuestionó-.

– Sí, no te preocupes. Doña Agus ya me dio un té de manzanilla y no se ha despegado de mí. Además, allá afuera, como habrás visto, hay vigilancia. ¿Cómo te fue?

– Muy bien. Gracias por todo, doña Agustina.

– No me diga eso, don Pablo Emilio. Estoy para servirles –dijo doña Agustina-.

– ¿Quieres comer? –Preguntó Amaranta-.

– Al rato. ¿Tú ya comiste? –Respondió Pablo Emilio y cuestionó, a la vez-.

– No, almorcé hace un rato –aclaró La Guachita-.

– Entonces, comeremos más tarde. Te amo, preciosa.

– Y yo a ti, guapo.

– Bueno, creo que ya estoy de sobra –terció doña Agustina-. Ya me voy. Hasta mañana.

– Hasta mañana, doña Agus. Gracias por su apoyo –refirió Amaranta-.

Doña Agustina no dijo más y se despidió con una sonrisa.

– No dejes de abrazarme –manifestó La Guachita, mientras se acomodaba en los brazos de Pablo Emilio-.

– Claro que no, despreocúpate. ¿Qué quieres hacer?

– Dormir, ven conmigo.

Subieron a la recámara de Amaranta y mientras ella se acostaba, Pablo Emilio se asomó por la terraza en busca de Casildo, pero no vio nada sospechoso, así que le gritó al policía que se retirara y le agradeció el apoyo. Desde ese momento en adelante, él se iba a encargar de la seguridad de Amaranta, así que los días de Casildo ya no iban a ser muchos en ese plano existencial.

Se acostó al lado de Amaranta y la abrazó hasta que se quedó profundamente dormida. Mientras ella navegaba por el mundo de los sueños, Pablo Emilio admiró la belleza de su rostro sereno, le recorrió el cuerpo con ambas manos, procurando no despertarla y no pudo evitar un principio de excitación importante. Esa mujer le alteraba los sentidos con su hermosura desbordada.

Amaranta se movió para acomodarse mejor y con una voz apenas perceptible, sugirió:

– Síguele, vas muy bien.

Pablo Emilio sonrió y como quería que La Guachita durmiera, se aplacó, guardó las caricias para otro momento.

Amaranta se despertó casi a las seis de la tarde y al abrir los ojos descubrió a Pablo Emilio con una pistola en la mano.

– Hola, guapo –dijo toda amodorrada-. ¿Qué pasó, por qué tienes la pistola?

– Hola, preciosa. No pasa nada, no te preocupes, sólo estoy revisando mi pistola. A partir de hoy voy a andar armado. Casildo no volverá a acercarse a ti y mucho menos a molestarte.

– Cuídate mucho, por favor. No quiero perderte, ahora que por fin eres mío.

– No va a pasar nada, despreocúpate. ¿No tienes hambre?

– ¡Muchísima, vamos por esa iguana que nos espera?

Se encaminaron a la cocina y Pablo Emilio le pidió que tomara asiento. Le dijo que él le calentaría la comida y las tortillas, además de servirle. Amaranta se dejó consentir y observó divertida los apuros que pasaba su novio ante el simple hecho de calentar los alimentos y servirlos. Daba muchas vueltas y hacía las cosas sin respetar la lógica femenina en esos menesteres.

Comieron parsimoniosamente, mientras se acariciaban con la mirada y se prometían el paraíso.

Al terminar, Amaranta se levantó.

– Voy a ver si doña Agus nos dejó algún postre –comentó-.

– Sí, preparó zorrillo –respondió Pablo Emilio-.

– ¡Qué rico! –Agregó La Guachita-. ¿Te sirvo?

– Sí, por favor.

Al concluir el postre, Amaranta le pidió a Pablo Emilio que fueran a dar una vuelta a la plaza y se quedaran un rato a ver el voleibol. Él aceptó y se dirigieron a la cancha, a un costado de la pista Agustín Ramírez.

Cuando llegaron, se estaban enfrentando Las Chulis contra Las Kimpsy. Las hermanas Iztayana y Perla Torres Huerta destacaban por su belleza y por su enorme habilidad en ese deporte. Con mucha frecuencia se encontraban en la red. En ese juego, Itzayana se impuso, a pesar del excelente desempeño de Perlita y de Itzel Nava.

Después de ese partido, jugaron Las Conquistadoras contra Las Guerreras. En el primer equipo estaban, entre otras, Gloria Pineda, Alejandra Cárdenas y Juanita Bermúdez, mientras que Cata Damián, Martha Huerta, Ángeles Regina y Ana Rosa Bruno eran sus rivales. El triunfo le correspondió a Las Conquistadoras, en un juego muy reñido y emocionante.

Amaranta y Pablo Emilio decidieron regresar a casa, pero antes fueron a comprar paletas al negocio de Walter Pineda, en la vieja casona de don Chano. Ella eligió una de nanche y él, de grosella.

Caminaron por la calle principal. Saludaron a Bertha Peñaloza y a muchas otras personas que se encontraron a su paso, entre ellas, a Ninfita Macedo, Elvia Mora y Carlos Alvear, junto con su esposa, la maestra Fran. Dieron vuelta en el callejón de El Sapo y finalmente llegaron a la casa de La Guachita.

Se acomodaron en la sala para conversar un rato.

– Oye, guapo –empezó Amaranta-, fíjate que mañana voy a hacer una cenita muy íntima. Tú eres el invitado principal, también van a estar Dalia y Efraín.

– ¿A honras de qué?

– Vamos a festejar la vida. ¿Te parece poco?

– No, al contrario, es el mejor motivo. ¿Quieres que compre algo o necesitas mi apoyo?

– No, nada. Gracias. ¿Quieres algo especial o preparo un pozolito rojo?

– Pozole está bien. ¡Te queda riquísimo!

– Gracias, el secreto para que la comida esté sabrosa es hacerla con amor. Así que ese pozolito va a estar D E L I C I O S O.

Conversaron un par de horas más y después se fueron a dormir. Ella le pidió que se quedara a su lado todas esas noches, hasta que tuvieran la certeza de que Casildo ya no estaba en el pueblo.

La Guachita Parte 3

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MIÉRCOLES

A las cinco de la mañana del miércoles, se despertó Amaranta. No había dormido bien. Estaba en espera de una noticia crucial para el resto de su existencia y todo parecía indicar que la iba a recibir ese día que iniciaba. De cualquier forma, después de escuchar la noticia iba a comenzar una nueva vida.

Al igual que los dos días anteriores, Amaranta quiso retornar al pasado, para seguir recordando sus años de adolescente, sobre todo, esa etapa que definió el rumbo de su vida. Envió la memoria a escudriñar lo ocurrido después de la muerte de su madre, en 1976.

Se había quedado a vivir en Tondoche, para estar al lado de su padrino Ernesto y para protegerse de cualquier ataque de Casildo o de algún otro sujeto que quisiera abusar de ella.

En junio concluyó la Secundaria. Don Ernesto y Dalia fueron los únicos seres queridos que la acompañaron en la clausura. El padrino le regaló una motoneta y Amaranta lo agradeció con grandes muestras de alegría.

La Guachita recibió carta de Tzirandi, en la que la felicitaba por la conclusión de los estudios y, además, le preguntaba la fecha en la que iba a llegar al Distrito Federal, para volver a vivir juntas.

Antes de contestarle, Amaranta deseaba tener una conversación con su padrino Ernesto, además de preguntarle a la familia de Pablo Emilio si sabían algo de él, porque la última vez que abordaron el tema, le informaron que seguían sin recibir noticia de su existencia.

La Guachita conversó con don Ernesto acerca de la propuesta de su hermana y le pidió opinión sobre el particular.

– Mira, princesita –manifestó su padrino-, yo voy a apoyar lo que tú decidas. En mi opinión, deberías irte a la ciudad de México a continuar con tus estudios y a vivir con tus hermanos.

– ¡Pero, yo no me quiero ir de Zirándaro, porque ya no voy a estar con usted! ¿Por qué no viene a vivir con nosotros?

– No, princesita, yo no me quiero ir de mi pueblo nuevamente. Quiero morirme aquí, sólo que fuera absolutamente necesario dejaría Zirándaro. Aquí vivo feliz, únicamente en este lugar soy el que quiero ser.

– ¿Y si yo se lo pido?

– Sabes que no puedo negarte nada. Me iría contigo, pero mi corazón se quedaría acá.

– No, pues así no. ¿Para qué me sirve sin corazón en la capital? ¿Me puedo quedar con usted?

– ¡Por supuesto, ésta es tu casa también y va a ser sólo tuya cuando yo muera!

– No hable de muerte, por favor. Ya le dije que usted no se va a morir.

– No te ciegues, todos nos vamos a morir. Cada día que pasa me acerco más al final de mis días.

– Padrino, por favor, no vuelva a decir eso. Yo sin usted me marchitaría a los dos días.

– Agradezco tu comentario, pero tú tienes toda la vida por vivir. Te falta conocer el amor, casarte, tener hijos y terminar una carrera universitaria.

– A veces creo que yo no nací para el amor.

– ¿Por qué dices eso? ¿A poco ya se te salió Pablo Emilio del corazón?

– No, pero él se enamoró de mi hermana y, por si fuera poco, desde que se fue a Estados Unidos no sé nada de él. ¡Parece como si se lo hubiera tragado la tierra! A ratos veo su figura distante y borrosa, como si se alejara de mí.

– En cualquier momento va a regresar o a escribir.

– ¿Y si le pasó algo?

– Ojalá y no. Ya verás que tarde o temprano tendrás noticias de él.

– Eso espero.

Amaranta dio por concluido el diálogo con su padrino. Enseguida, le dio un beso y se subió a la motoneta. Iba a Zirándaro para saber si la familia de Pablo Emilio había recibido noticias de él. La respuesta fue la misma, no había novedades.

Amaranta le contestó la carta a Tzirandi y le dijo que iba a permanecer un tiempo más en Tondoche, con su padrino, porque deseaba estar en el pueblo cuando regresara Pablo Emilio.

En noviembre de ese año, Amaranta decidió definir su futuro, así que realizó un profundo ejercicio de introspección. Para poder asumir la mejor decisión, analizó los factores más importantes que debía tener en cuenta, en esos días:

  1. Seguía sin tener noticias de Pablo Emilio, nada sabía de él
  2. No quería irse de Zirándaro
  3. Vivía feliz en Tondoche, al lado de su padrino Ernesto, éste se desvivía por complacerla y protegerla. El sentimiento que los unía era cada vez más sólido y refinado. Su horizonte promisorio se veía amenazado por dos nubecillas periódicas: la posibilidad de la muerte de don Ernesto y la amenaza permanente de Casildo, toda vez que a éste lo habían visto en el pueblo y en los alrededores de Tondoche, un par de ocasiones.

Amaranta no podía olvidar el último ataque de Casildo. Tuvo la absoluta certeza de que él la iba a violar y de que su padrino podría morir en cualquier momento.

Después de un par de días de continua reflexión, La Guachita tomó una decisión: se iba a quedar en Tondoche, al lado de su padrino y si Pablo Emilio regresaba a Zirándaro, ya pensaría qué hacer en su momento. Eligió el día de su cumpleaños número 16 para comunicarle sus planes a don Ernesto e iniciar una nueva vida.

El siguiente mes, diciembre, Amaranta festejó su cumpleaños en Tondoche, con Dalia y don Ernesto, además de los trabajadores del rancho. Ninguno de sus hermanos pudo acompañarla. Luis Pedro andaba de viaje con el diputado, fuera del país. Tzirandi estaba embarazada y el doctor que la atendía le recomendó que no viajara. Gilberto decidió quedarse al lado de su hermana mayor.

 

Amaranta recordó con una sonrisa de plena satisfacción ese diciembre y el inicio de su nueva vida. Esa nueva etapa de su existencia duró 15 años y, con mucho, fueron los mejores que había vivido, hasta entonces.

En ese lapso, conoció a un Ernesto muy diferente. Descubrió facetas muy interesantes de su personalidad. Siempre le daba su lugar, a pesar de su corta edad, le enseñó muchas cosas, la llevó a conocer diversos lugares, en México y en el extranjero. Lo único que no le gustaba de él era que le presentara muchachos que intentaban conquistar su corazón. Cuando le preguntaba por qué lo hacía, la respuesta de su padrino era la misma:

– Quiero morirme tranquilo al saber que alguien va a cuidar de ti.

Ninguno de los pretendientes tuvo éxito. El corazón de Amaranta estaba ocupado y nadie más podía habitar en él.

 

Emocionada con los recuerdos, La Guachita decidió meterse a bañar, así que retiró las cobijas y dejó al descubierto su hermoso cuerpo desnudo. Se estiró y acto seguido se fue al baño. Recibió el chorro de agua caliente con verdadero placer y todavía, con los vestigios de los últimos recuerdos en la mente, empezó a enjabonarse el cuerpo. Segundos después, se dio cuenta de que llevaba un buen rato quitándose el jabón del pubis y que estaba excitada. Exclamó para sí misma:

– ¡Ay, guachita!

Salió del baño y, después de secarse, inició su ritual del arreglo personal. Mientras lo hacía, retomó sus evocaciones. Se situó en marzo de 1977, en ese mes nació el primer hijo de Tzirandi y Carlos Augusto, Erasmo Carlos. Amaranta fue la madrina, así que ella, Dalia y don Ernesto viajaron al Distrito Federal, para el bautizo.

El reencuentro con los hermanos llenó de alegría a La Guachita. Se sintió amada por ellos, otra vez. Luis Pedro también estuvo presente.

Tzirandi vivía muy feliz, a pesar de que tuvo que abandonar sus estudios para encargarse de las labores del hogar. Gilberto ya era todo un jovencito y estaba a punto de terminar la Secundaria. Amaranta, Dalia y don Ernesto estuvieron 15 días en la ciudad de México y luego retornaron a Zirándaro. Padrino y ahijada se fueron a Tondoche, a continuar su vida en el pequeño mundo armónico y feliz que habían construido.

En diciembre de ese año, se volvieron a reunir los hermanos Pineda González, pero ahora el punto de encuentro fue Zirándaro. Anduvieron de fiesta en fiesta. El día 21, Luis Pedro y Marfelia Aburto se unieron en matrimonio. Él estaba doblemente feliz, por haberse casado con la mujer que amaba y porque, a partir del primer día del siguiente año, iba a iniciar su trienio como presidente municipal.

Tzirandi conversó todo el tiempo con Amaranta, era evidente que le preocupaba su bienestar.

– ¿Cómo van las cosas, hermanita? –Preguntó Tzirandi-.

– ¡Muy bien, gracias a Dios, hermanita! –Contestó Amaranta-.

– ¿Cómo andas del corazón?

– Lo tengo ocupado.

– ¿Pablo Emilio?

– Pues, ¿qué te puedo yo decir?

– ¿Qué sabes de él?

– Nada, absolutamente nada.

– ¿Crees que le pasó algo?

– No lo sé, espero que no.

– ¿Y no piensas olvidarlo?

– No, nunca lo voy a olvidar, pase lo que pase.

– ¿A poco no tienes otros pretendientes?

– Sí, uno que otro.

– ¡Sí, cómo no, son muchos! ¡No creas que no me doy cuenta!

– Pues, sí, pero a todos les falta algo.

– Ya llegará, ya llegará. A ver quién llega primero, Pablo Emilio u otro. ¿Cómo vives en Tondoche?

– ¡De maravilla, me encanta ese lugar! El trabajo del rancho es muy interesante, he aprendido mucho.

– ¿Y cómo te trata don Ernesto?

– ¡Es un amor, cumple todos mis caprichos!

– ¿Y no te juntas con gente de tu edad?

– ¡Sí, cómo no, Dalia y yo nos vemos todos los días! Mi padrino me trae por las tardes al pueblo y me deja sola todo el tiempo para que yo haga lo que quiera, aunque siempre está pendiente de mí.

– ¿Te ha seguido molestando Casildo?

– No, ya no, pero viene con frecuencia a Zirándaro y lo han visto cerca de Tondoche, pero estamos bien protegidos. Me siento segura y poco a poco se me va olvidando lo que me hizo sufrir ese desgraciado.

– ¿Y qué haces en las tardes en Zirándaro?

– Muchas cosas, juego voleibol, voy a la refresquería con mis amigos, me la paso con Dalia, nos ponemos a cantar, en fin, de todo un poco.

– ¿No te arrepientes de haber dejado de estudiar?

– Un poco, pero no me gusta vivir fuera de Zirándaro.

– Entonces, ¿eres feliz?

– ¡Muchísimo, sólo me faltan mi ahijado, tú y Gilberto, porque ya regresó Luis Pedro y lo voy a ver todos los días!

– Me da mucho gusto escucharte así.

– Y a mí verte tan feliz y con una familia hermosa.

– Sí, Carlos Augusto es un hombre excelente y mi hijo, una bendición de Dios.

Luis Pedro inició su gestión presidencial el 1º de enero de 1978 y, desde los primeros días, dio muestras de que su gobierno iba a estar encaminado a servir a la gente de todo el municipio y a canalizar debidamente el presupuesto municipal.

En diciembre de ese año, Amaranta cumplió la mayoría de edad y su padrino le dio como regalo un viaje a Europa. Se fueron un mes y ella retornó feliz porque había conocido lugares increíbles.

 

Amaranta terminó de arreglarse y ahuyentó momentáneamente los recuerdos. En esa ocasión no se demoró tanto en el ritual cotidiano. Eligió un pantalón tipo pescador y una blusa color beige, como vestuario. Se recogió el cabello en una cola de caballo y el resultado fue espectacular, se veía muy hermosa. Bajó a la cocina, dispuesta a preparar el almuerzo. Antes de hacerlo, llamó por teléfono a Pablo Emilio:

– ¡Hola, guapo, buenos días! ¿Cómo amaneciste?

– ¡Hola, preciosa, buen día! Amanecí muy bien, feliz por el día de ayer y porque falta menos para que aceptes ser mi esposa.

– ¡Hala amigo, no se te olvida, eres una chinchita!

– ¡Cómo se me va a olvidar, si con ello se va a cumplir el sueño más acariciado de mi existencia!

– Bueno, pues ya llegará ese momento. Llamé para tres cosas: la primera para saludarte, la segunda para invitarte a desayunar…

– ¿Y la tercera?

– Para decirte que te amo.

– ¡Pues todos tus motivos me encantaron, pero más el último! ¡Yo te adoro! ¿Quieres que lleve algo para el desayuno?

– Eso decídelo tú, iba a preguntarte qué querías que hiciera.

– No lo sé, ¿tú qué prefieres?

– ¿Qué te parecen huevos con longaniza?

– De acuerdo. Voy a llevar chicharrones, aguacates, toqueres y queso.

– El queso lo pongo yo.

– ¡Burrrras!

– ¡Ja, ja, ja, no seas majadero! Ayer me trajeron queso fresco de Tondoche.

– Fue una bromita, preciosa. Te pusiste de pechito y ni modo de perdonártela. ¡Ja, ja, ja! ¿A qué hora quieres que llegue?

– Dame una media hora, para que doña Agus alcance a llegar con el desayuno.

– Muy bien, allá nos vemos al rato. Gracias por la invitación, preciosa. Te mando mi corazón en un beso.

– Mejor me los das, el corazón y el beso, cuando me veas.

– ¡Claro que sí, ya lo verás!

Amaranta colgó el teléfono y se enfrascó en la preparación del almuerzo.

Después de unos minutos, Pablo Emilio y doña Agustina llegaron a la casa de Amaranta. Se habían encontrado en el mercado y de ahí se fueron a desayunar con La Guachita. Después de los saludos de rigor, ocuparon sus lugares en la mesa y dieron cuenta de los suculentos desayuno y almuerzo. Al final, Amaranta se levantó para servir dos tazas de café, una para ella y otra para Pablo Emilio. Sabía que doña Agustina no lo acostumbraba porque le espantaba el sueño, a pesar de ello, se lo ofreció:

– ¿Quiere café, doña Agus?

– ¡Sícuas, dijo la Cucha de Cuambio! –Contestó doña Agustina, con su habitual alegría-.

– ¿Y ese milagro? –Inquirió sorprendida Amaranta, mientras servía una taza más de café-.

– Pues hoy me voy a destrampar, porque me da mucho gusto verlos juntos y felices. ¡Hacen muy bonita pareja!

– Gracias doña Agus –manifestó La Guachita, mientras tomaba una de las manos de Pablo Emilio-.

– Yo también le digo a Amaranta que hacemos bonita pareja, para ver si la convenzo de casarse conmigo, pero hasta ahorita no lo he logrado. ¿Cómo ve doña Agustina?

– No se preocupe, don Pablo Emilio, esta palomita ya está en su nido –contestó doña Agustina-.

– No se crea, parece que sí, pero no –reviró Pablo Emilio-.

– Usted sígale, va bien. Acuérdese que el que no chilla, no mama. Ya verá que pronto lo va a aceptar –insistió doña Agustina-. Además, ustedes los hombres generalmente consiguen lo que se proponen. ¡Son más necios que la caca cuando quiere salir!

Amaranta y Pablo Emilio se rieron a carcajadas de lo dicho por doña Agustina.

– ¿A poco no? –Reiteró la señora-.

– Pues sí, tiene razón –contestó Pablo Emilio-, pero luego las mujeres se hacen mucho del rogar. ¿O no?

– ¡Anda puta, si una primero tiene que saber las intenciones del pretenso y no soltarles luego, luego el chacape!

– ¡Vaya usted lo soltó cinco veces, doña Agus! –Intervino Amaranta-.

– ¡Y hasta más, pero es que mero los julanos luego, luego me hallaron el modo!

– ¿Y a poco sí le gusta Pablo Emilio para mí, doña Agus? –Cuestionó Amaranta-.

– Seguro, es un buen hombre, honrado, trabajador, alegre y muy respetuoso. De ésos ya no hay muchos.

– ¿Y yo, le gusto para él? –Preguntó nuevamente La Guachita-.

– Claro que sí, usted está rete chula y él también tiene lo suyo. ¡Está bueno el tapón pa´l guaje! ¿Por qué pues no acepta casarse con él? ¿Qué pero le ve? ¿No lo quiere?

– Lo quiero con toda mi alma, pero hay algo que debo saber antes de aceptar su propuesta de matrimonio.

– Sólo que sea por eso, pero yo creo que usted debe decirle el impedimento que tiene y él verá si decide continuar adelante o no. Ya no dejen pasar más tiempo, la vida es muy cortita. Más vale arrepentirse de haberse casado que de no haberlo hecho.

Ustedes tienen todo para ser felices el resto de sus días. No desaprovechen eso, no todos cuentan con segundas oportunidades en la vida. Así que maman o les quito el pecho.

Amaranta y Pablo Emilio escucharon con atención las palabras de doña Agustina y, con sendos movimientos de cabeza, demostraron que estaban totalmente de acuerdo con ella. La vida les brindaba una nueva oportunidad de ser felices, quizá iba a ser la última, así que sería una estupidez desdeñarla.

Conversaron un buen rato más, hasta que Pablo Emilio se levantó para despedirse.

– Pues la plática está muy buena y la compañía es inmejorable, pero tengo que irme porque voy a Guayameo. Gracias por el desayuno, preciosa, estuvo delicioso. ¿Verdad que sí doña Agustina?

– Sí, todo estuvo muy rico, pero algunos chicharrones estaban sollamados –indicó la aludida-.

– Que te vaya bien, guapo. ¿Cuándo regresas?

– Mañana, por la tarde. ¿Quieres que te traiga algo?

– Pues a ver si encuentras tecuches y coyoles.

– Muy bien, cuídate mucho. Te amo.

– Y yo a ti. Que Dios te cuide y te traiga con bien.

– Gracias. Hasta mañana, doña Agustina. ¡Cuídese el chacape!

– ¡Eh, pa´ pachichuras! Ya no hay nada qué cuidar, lo tengo jubilado hace muchos años. Que le vaya bien, hasta mañana.

Amaranta acompañó a Pablo Emilio. Ambos continuaban riéndose por la respuesta de doña Agustina. Se despidieron con un largo beso y un abrazo prolongado. Acto seguido, La Guachita se subió a la recámara, quería continuar su viaje por el pasado. Se acomodó en un sillón de la terraza y lanzó su memoria en busca de los momentos más felices de los 15 años que vivió con don Ernesto, en Tondoche.

El trabajo en el rancho era arduo por temporadas, pero muy productivo. La experiencia, inteligencia y visión de don Ernesto habían incrementado notablemente los ingresos. El patrimonio creció hasta convertirlo en un hombre rico. Amaranta era su colaboradora más eficiente y, por lo mismo, también gozaba de los frutos del trabajo realizado. Su padrino le regalaba todo lo que ella podía necesitar y más, mucho más. Era dueña de un enorme guardarropa, tenía más zapatos y alhajas de las que llegó a imaginar.

Por si fuera poco, viajaban dos veces por año, una al interior del país y la otra al extranjero. Tuvo la oportunidad de estar en Argentina, Brasil, Colombia, Chile, Perú, Costa Rica, Panamá, Cuba, Estados Unidos y otros países más. Conocer otros lugares, costumbres distintas y personas diferentes se convirtió en una necesidad permanente en Amaranta, por lo mismo, se aficionó a la lectura y al cine.

Cuando estaban en el pueblo, tenían una vida social muy activa. Su padrino la llevaba a todos los bailes y a las fiestas a las que los invitaban. Además, don Ernesto organizaba comidas periódicas en Tondoche y le pedía a su ahijada que invitara a sus amigos o a quien quisiera. De tal forma, que era frecuente ver en el rancho a Luis Pedro con Marfelia, a Dalia y su novio, además de todos los seres más queridos de La Guachita. En algunas ocasiones también los acompañaron Tzirandi, Carlos Augusto, Gilberto y Erasmo Carlos.

En esos comelitones, no podía faltar la música. Siempre había un grupo de música regional y como conocían las preferencias de don Ernesto, le tocaban el Son de Pedro Pineda para que bailara en la tabla, generalmente acompañado de Amaranta. Además de ellos, otras muchas parejas subían a demostrar su destreza, al compás de un gusto o de un son, tales como La tortolita, La rabia, Viva Tlapehuala y El gusto federal.

La gente se iba muy contenta por haber disfrutado del cariño de los amigos, de la gracia y belleza de las mujeres, de las bondades del mezcal de Zihuaquio, del sabor exquisito del mole con tamales nejos, de los pilinques, las carnitas y el frito, además de la música con sabor calentano, que reforzaba la identidad y alegraba los corazones.

En las fiestas, a don Ernesto le gustaba sacar a bailar a su ahijada cuando tocaban Felicidades, el corrido de Zirándaro o algún bolero. Cuando estaba más contento, el padrino cantaba Cada noche un amor.

En los bailes, Amaranta se divertía más que nadie. Bailaba con todos y terminaba exhausta. Siempre procuraba bailar una o dos canciones con su padrino.

Don Ernesto y su ahijada también disfrutaban de las recogidas en Santa Rosalía, de las fiestas de septiembre y de una que otra pelea de gallos, además de las carreras de cintas, donde Churupitete ganó, durante muchos años consecutivos.

En las corridas de toros, Amaranta disfrutaba mucho el ambiente y admirar el porte varonil de su padrino, montado en su caballo, al que hacía bailar como nadie, y su destreza para lanzar piales y tirar al toro.

De igual forma, asistían con regularidad al cine Pineda y eran de las pocas personas que permanecían hasta el final de la función cuando se exhibían películas en inglés, “americanas”, les decían en el pueblo.

Los días de san Juan, remontaban a La Guachita a su infancia, cuando acudía con sus papás y hermanos al patio del avión, por la tarde, portando una prenda de vestir de color rojo y con la intención de probar el atole de ciruela de amigos y familiares, además de compartir el propio. Amaranta convencía a don Ernesto para que cada año asistieran al campo de aviación y contribuyeran, con ello, a preservar esa costumbre tan bonita y peculiar.

 

El timbre del teléfono cortó de tajo los recuerdos de Amaranta.

– Bueno –contestó ella-.

– …

– Hola, doctor. ¿Cómo está?

– …

– ¡Qué bueno, me da gusto!

– …

– Adelante, lo escucho.

– …

– ¿Está usted seguro?

– …

– ¿Hay necesidad de realizar más pruebas?

– …

– Bueno, pues muchas gracias, doctor. En un rato más le hago la transferencia por el monto de sus servicios. Bye.

– …

Al concluir la conversación, Amaranta sostuvo el aparato telefónico un buen rato, mientras sus pensamientos procesaban la información recibida por el doctor.

Depositó el teléfono en la base y después lloró largo rato. Al recuperar la calma, pensó por un momento en llamarle por teléfono al celular de Pablo Emilio, pero enseguida desistió, optó por seguir el plan que se había trazado.

Se arregló para salir y le dijo a doña Agustina que iba a la iglesia, que no tardaría mucho. En su diálogo con Dios, le agradeció que le hubiera dado la oportunidad de vivir, de haber tenido la familia que tuvo, de permitirle conocer a un ser humano tan especial como su padrino, de hacerle realidad casi todos los sueños y de contar con Pablo Emilio en ese evento tan trascendente.

Regresó a su casa y vio que doña Agustina ya se había retirado. Destapó una cerveza y se acostó en una de las hamacas del corredor, con la intención de dormirse, pero antes de ello quería continuar su ejercicio memorístico, así que se ubicó en el año 1980. En mayo nació Úrsula, la hija de Tzirandi y Carlos Augusto. En junio, Gilberto terminó el bachillerato e inició una licenciatura en la Universidad Nacional Autónoma de México. En septiembre, Luis Pedro y Marfelia tuvieron a Pablo, su primogénito. En diciembre, se casó Dalia con Efraín, su novio de toda la vida.

El último día de ese año concluyó el período presidencial de Luis Pedro y la mayoría de los zirandarenses coincidía en que había hecho muy buen papel. Entre sus obras más importantes se encontraban la construcción de dos albergues escolares, uno en Guayameo y el otro en la cabecera municipal. De igual forma, instaló una academia de taquigrafía, gestionó y obtuvo un terreno para la construcción de un campo de futbol en El Barrio. Amplió tres calles del pueblo y construyó la capilla del panteón municipal.

En 1980, Luis Pedro y su familia abandonaron Zirándaro. Su destino fue Chilpancingo, porque él deseaba continuar allá su carrera política.

De nueva cuenta, Amaranta se quedó sin hermanos en el pueblo, así que se refugió aún más en su padrino.

 

Con ese recuerdo, Amaranta se durmió profundamente.

Despertó después de dos horas, con mucha hambre. Fue a la cocina para ver qué le había preparado de comer doña Agustina.

– ¡Hum, carne de cuche! –Manifestó con agrado y saboreándose, desde ya-.

Se sirvió un buen plato de carne con frijoles, aguacate, cebolla en rodajas, con limón y un pedazo de queso fresco.

En el refrigerador encontró una jarra de agua de limón y un pedazo de ate, para el postre.

Se calentó dos tortillas y comió despacio, seguía rumiando recuerdos y no podía evitar una sonrisa de satisfacción.

Una vez que terminó, vació los restos de comida en el bote de la basura, llevó los trastes al fregadero, les echó agua y se fue a preparar una paloma, con tequila Don Julio reposado.

Se subió a la terraza, se llevó la botella de tequila, refresco de toronja y un recipiente con hielos. Le dio un trago grande a la bebida y comenzó a recordar lo sucedido en su vida, a partir de 1980.

Amaranta veía a sus hermanos, por lo menos, dos veces al año, ya sea que ellos fueran a Zirándaro o que ella los visitara, con su padrino, en la ciudad de México o en Chilpancingo.

Con cierta regularidad, preguntaba a la familia de Pablo Emilio por él y le decían que seguían sin recibir noticias de su parte. Algunos de los familiares creían, sin afirmarlo de manera contundente, que tal vez ya había muerto, porque su silencio no era normal. Sin embargo, Amaranta no lo creía, algo en su interior le gritaba que estaba vivo y que algún día iba a regresar a Zirándaro. La Guachita se dio cuenta que para esas fechas pedía informes de Pablo Emilio por costumbre, porque para entonces él era más un pálido recuerdo que una presencia viva, que una posibilidad real.

En 1982, Luis Pedro y Marfelia tuvieron a su segundo hijo, Luis Ángel, mientras que Dalia y Efraín debutaron en ese terreno con Gerardo.

 

Amaranta apuró el contenido de su vaso, se preparó una segunda paloma, mientras evocaba los logros personales de sus hermanos: Luis Pedro fue diputado local y secretario general de gobierno del estado de Guerrero, vivía feliz con su esposa e hijos.

Tzirandi seguía viviendo una vida de película. Era inmensamente feliz con su esposo y sus dos hijos.

Gilberto se había titulado como licenciado en derecho, era socio fundador de un despacho muy prestigiado y se había casado con una zirandarense, Cecilia, con quien procreó un par de nenas: Magdalena y Amaranta, como la tía.

En resumidas cuentas, don Erasmo y doña Magdalena podrían estar satisfechos donde se encontraran, porque habían contribuido a generar un mundo mejor, toda vez que tres de sus hijos eran seres humanos positivos, felices, generosos, solidarios y exitosos.

Amaranta pensó que ella era otro cantar. No había obtenido todo lo que deseaba, pero, a su modo, era tanto o más feliz que sus hermanos. Vivió momentos muy difíciles, dolorosos, pero el balance de su existencia era favorabilísimo. No se arrepentía de ninguna de sus decisiones porque la habían realizado plenamente. De ser el caso, repetiría su vida tal cual, quizá lo único que pediría era tener el privilegio de tener un hijo y verlo crecer a su lado, lleno de tanto amor que tenía para darle y que tuvo que canalizar hacia sus bellos sobrinos.

La Guachita se preparó una tercera paloma, porque necesitaba cierta dosis de valor etílico, para abrir uno de los cofres de su tesoro y sabía que ello la iba a hacer llorar. Fue por dos álbumes fotográficos y vio cada foto con detenimiento, antes de observar la que seguía revivía los momentos que propiciaron dichas fotografías. Degustó la miel de haber vivido esas experiencias y se tuvo que beber la hiel de saberlas perdidas, para siempre.

En las distintas fotos, Amaranta veía a su padrino como era siempre: sereno, inteligente, varonil, pícaro y muy bondadoso. Besó una fotografía de él y lloró amargamente durante algunos minutos.

Al recuperarse, La Guachita reeditó una de sus convicciones más profundas: jamás iba a volver a conocer a alguien como su padrino, por lo tanto, a nadie querría igual y siempre habitaría su mente y corazón.

Apuró el contenido del vaso y se sirvió una bebida más, la necesitaba para adentrarse en uno de los eventos más dolorosos de su existencia: la separación de don Ernesto.

Cuando La Guachita creía que su mundo denominado Tondoche iba a durar para siempre, surgió la necesidad de viajar a Morelia, Michoacán, el mes de junio de 1991. Diversas circunstancias obligaron a don Ernesto y a su ahijada a permanecer en la capital michoacana hasta el mes de febrero siguiente.

Un día después de que retornaron a Zirándaro, el señor Ruiz le comentó a Amaranta que tenía que regresar a Morelia de inmediato, porque iba a realizar un negocio excelente. Antes de irse le encargó a sus trabajadores que cuidaran y protegieran a su ahijada.

Don Ernesto estuvo fuera de Tondoche una semana y Amaranta estaba muy triste, nunca se había separado tanto tiempo de su padrino. Él le dijo a su ahijada que ya se había concretado el negocio en Morelia, que iba a vender el otro rancho que tenía y que requería viajar cada 15 días a la ciudad michoacana, para echar a andar el negocio y para seguir de cerca su funcionamiento. Además, iba a comprar una casa para tener dónde vivir.

Amaranta veía distinto a su padrino, a pesar de que él se mostraba como siempre: atento, generoso, dispuesto, solícito y cariñoso. Suponía que esa nueva actitud y los viajes serían pasajeros y que, tarde o temprano, todo volvería a la dulce normalidad.

Don Ernesto contrató a un capataz para que se encargara de las tareas más arduas del rancho y que no permitiera que decayera en su ausencia. Amaranta tenía libertad absoluta para tomar las decisiones que se requirieran. El capataz se llamaba Fortunato Cárdenas.

Con el correr de los días, Fortunato demostró ser muy bueno en todo lo que hacía. Por las noches, se ponía a tocar la guitarra y a cantar. Amaranta lo escuchaba y concluyó que tenía muy buena voz y un estilo muy singular para interpretar las canciones rancheras.

Tal como lo prometió, don Ernesto llegaba a Tondoche cada 15 días, permanecía dos o tres y regresaba a Morelia. Amaranta, que lo conocía muy bien, le descubrió un brillo nuevo en la mirada, una mirada de amor evidente.

Cada vez que el señor Ruiz estaba en el rancho se entrevistaba con Amaranta y Fortunato, para que lo pusieran al tanto de lo que sucedía y, al final, indefectiblemente, recalcaba dos cosas: que las decisiones de Amaranta eran las de él y que su ahijada y el capataz tenían que realizar muchas de las tareas juntos y de manera coordinada.

La instrucción de don Ernesto fue cumplida al pie de la letra, así que Amaranta y Fortunato tuvieron que trabajar codo con codo, cotidianamente. De la relación laboral surgió una relación amistosa entre ambos, andaban juntos para todos lados y hasta por las noches se reunían para conversar y cantar.

El trabajo en equipo rindió frutos de inmediato y, en todos sentidos, el rancho prosperó como nunca antes y el vínculo de Amaranta con Fortunato se hizo más sólido cada día.

Los viajes de don Ernesto a Tondoche se espaciaron mucho en 1995.

El mes de agosto de ese año, Fortunato viajó a Morelia para informarle a su patrón sobre la marcha del rancho y, además, aprovechó la oportunidad para pedirle la mano de Amaranta. Don Ernesto le dijo que a él no le correspondía conceder la mano o negarla, que su ahijada era mayor de edad, por ende, sólo a ella le tocaba decidir al respecto. Fortunato le comentó que Amaranta puso como condición para aceptarlo, que su padrino estuviera de acuerdo. El señor Ruiz finalizó la conversación al decir que él no tenía ninguna objeción, que Fortunato le merecía una muy buena opinión y que si su ahijada lo había aceptado era porque sabía que iba a ser feliz con él.

A los pocos días, don Ernesto viajó a Tondoche y, después de saludar a todos, habló a solas con Amaranta y con Fortunato.

– Princesita, ya me dijo Fortunato que están comprometidos y me da mucho gusto. Sé que ambos van a ser muy felices. Este rancho es tuyo, desde ahora, así que puedes disponer de él como te plazca. ¡Felicidades!

– Gracias, padrino, pero no es necesario que me ceda el rancho. Si usted no tiene inconveniente, aquí podemos vivir los tres.

– No, princesita, quédense ustedes aquí, yo me voy a ir a vivir a Morelia, después de su boda, si es que me invitan.

– ¡No me diga eso, padrino, yo quiero que usted me entregue!

– Cuenta con ello, será un privilegio para mí entregar a la mujer más hermosa del mundo.

– ¡Pues no le creo, ya no me quiere como antes!

– No digas eso, nunca voy a dejar de quererte.

– Entonces, ¿por qué ya no vive conmigo y por qué se va a ir a vivir a Morelia? Usted dijo que nunca se iría de Zirándaro, a menos que fuera absolutamente necesario.

– Pues ya lo es.

– Oiga, padrino, ¿puedo hablar con usted a solas?

– Claro que sí, cuando quieras. Ahorita no puedo porque voy a Zirándaro a resolver algunos asuntos pendientes.

Don Ernesto regresó a Morelia al siguiente día y nunca pudo conversar a solas con su ahijada, a pesar de que ella lo buscó en distintos momentos. Siempre había algo que lo impedía.

Una noche de noviembre, Amaranta y Fortunato fueron a Zirándaro a pasear por el jardín. La Guachita se quedó sin habla y sin aliento cuando vio frente a ella a Pablo Emilio. ¡No daba crédito a lo que sus ojos veían! Se soltó del brazo de su prometido y corrió a  abrazar a su amigo de la infancia, pero éste no correspondió a la efusiva muestra de cariño de ella, únicamente la dejó hacer. Cuando La Guachita se percató de la frialdad de Pablo Emilio, rompió el contacto. Entonces, él le presentó a la mujer que lo acompañaba, dijo que era su esposa. Amaranta no presentó a Fortunato, porque Pablo Emilio ya lo conocía, incluso habían sido amigos en el pasado. Conversaron brevemente y luego se despidieron.

En diciembre, Amaranta y Fortunato se casaron. La novia lucía muy bella, a los treinta y cinco años de edad se veía plena y radiante. Fue una fiesta muy bonita y emotiva. Estuvieron todos los seres queridos de La Guachita, hasta Pablo Emilio.

Antes de que finalizara el evento, Amaranta se acercó a don Ernesto.

– ¡Muchas gracias por todo, padrino! –Le dijo-.

– No tienes nada qué agradecer, princesita.

– ¡Por supuesto que sí, un gran porcentaje de mi felicidad se lo debo a usted!

– Agradezco tus palabras, pero no estoy de acuerdo. Los seres humanos como tú nacieron para ser felices totalmente, pase lo que pase. Tu naturaleza no admite la tristeza.

– Usted me quedó a deber algo.

– ¿Qué?

– Su presencia cotidiana los últimos años y una conversación a solas.

– Pues, discúlpame, pero no se pudo. Afortunadamente, todo salió bien y hoy te ves muy feliz.

– Lo estoy, Fortunato es un buen hombre y me adora. Pero, también estoy muy triste.

– ¿Por qué?

– Porque voy a perderlo a usted. ¡Se va de mi lado el hombre que más me conoce, mi apoyo, mi guía, mi protector, en fin, el ángel de mi vida!

– No. no me voy, únicamente voy a ubicarme en el rol que me corresponde ahora en tu vida. Siempre estaré disponible para ti, pero ahora tienes a tu lado a una persona que te ama y que va a empeñar hasta su alma para hacerte todo lo feliz que se merece un angelito como tú.

– ¡Lo voy a extrañar, padrino! ¡Abráceme y no me suelte durante un buen rato! ¡Dígame que me quiere y que me perdona si en algo le fallé!

– Tú bien sabes el tamaño y la naturaleza de mis sentimientos hacia ti. No tengo nada qué perdonarte, por el contrario, no existen palabras para expresar, siquiera, la felicidad inconmensurable que me hiciste conocer. Nunca me fallaste, eres el mejor acierto en mi vida. ¡Que Dios te bendiga, siempre!

Amaranta y don Ernesto se fundieron en un abrazo prolongado. Al romper el contacto, se regalaron una mirada postrera y cada quien descubrió, en los ojos del otro, un sentimiento mellizo inamovible y la despedida a toda una vida de complicidad deliciosa e identificación absoluta.

 

Amaranta interrumpió el hilo de sus recuerdos porque un llanto amargo y doloroso la arrancó de la abstracción. Se terminó la bebida de un trago. Se preparó otra paloma y se la tomó de un pegón.

– ¡Padrino –dijo con voz ronca y con dificultad por el llanto que la ahogaba-, yo no sabía que ésa era nuestra despedida final! ¡De haberlo sabido no te hubiera dejado ir, te hubiera dicho cuánto te quería y todo lo feliz que me hiciste!

La Guachita continuó su llanto desgarrador y antes de dormirse, recordó que el mes de febrero de 1996, recibió una llamada telefónica de Morelia, de una mujer de nombre Emma, quien dijo ser pariente de don Ernesto, agregó que le llamaba por instrucciones del señor Ruiz, quien le había pedido que si algo le pasaba le informara a ella, a Amaranta Pineda González, su princesita.

Doña Emma le comunicó que unos minutos antes había fallecido el señor Ernesto Ruiz.

 

La Guachita Parte 2

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MARTES

Al día siguiente, martes, Amaranta se despertó un poco más tarde, alrededor de las ocho de la mañana. Se bañó y bajó a la cocina a prepararse el almuerzo. Guisó chilaquiles y preparó café.

Mientras se comía la fruta, retomó la evocación de su pasado. Coincidentemente, cuando ella terminó la Primaria, Tzirandi concluyó la Secundaria e ingresó a la Escuela Nacional Preparatoria, plantel número 5, José Vasconcelos, en Villa Coapa, Distrito Federal. Por su parte, Gilberto pasó a quinto año.

Debido a que no había Secundaria en Zirándaro, Amaranta se resignó a no continuar sus estudios, pero, finalmente, el esfuerzo de algunos padres de familia y ciudadanos fructificó y el siguiente ciclo escolar, que iniciaba en septiembre, comenzaría a funcionar en el pueblo la Escuela Técnica Agropecuaria 340, La ETA.

Amaranta se inscribió feliz y junto con ella muchos de sus compañeros de Primaria, además de otras personas que habían concluido la educación básica años atrás y que no pudieron continuar sus estudios, porque no había dónde hacerlo en el pueblo. Entre esas personas se encontraban Herminio Pineda Torres, Virgilio Huerta Peñaloza y María Cristina García Damián.

Casildo, Gabino y José Luis no ingresaron a la Secundaria. El primero se fue a vivir a la capital del país y los otros dos se quedaron a trabajar ocasionalmente, pero, más que nada, se dedicaron a vagar por el pueblo.

La Guachita recordó con cariño a Herminio, quien era muy apreciado en el pueblo por su forma de ser y, además, porque le gustaba cantar en los festivales.

Amaranta tenía mucha hambre, pero no quería almorzar sola, así que se asomó para ver si veía a doña Agustina, quien además, tenía que llevar el desayuno, pero no la observó por todo eso, así que decidió esperarla un poco más. Mientras tanto, se iba a remitir, nuevamente, a los años de su adolescencia.

En aquel mes de diciembre de 1973, Tzirandi llegó al pueblo a pasar sus vacaciones. Estaba muy ilusionada porque su noviazgo con Ramiro Borja se iba a consolidar.

Ramiro sabía, por carta de Tzirandi, que ésta llegaría un día después, pero su novia arribó un día antes, porque unos paisanos la invitaron a irse con ellos en automóvil hasta el pueblo.

Por la noche, ansiosa por ver a su novio, Tzirandi se arregló y se fue con Amaranta, Dalia y Pablo Emilio a dar una vuelta al jardín, para ver si se encontraban a Ramiro. En el zócalo platicaron con amigos y familiares, uno de ellos les dijo que había visto a Ramiro entrar en el cine Pineda. Tzirandi y su comitiva se dirigió de prisa al lugar referido. Al llegar, la mayor de las hermanas Pineda González le pidió permiso a doña Lupita Peñaloza, para entrar a buscar a una persona y cuando se lo concedieron ingresó rápidamente, con el corazón alborotado y una enorme sonrisa.

La obscuridad del lugar dificultaba la búsqueda de Tzirandi. Estaba a punto de rendirse cuando vio a una pareja en las filas del fondo, que se besaba apasionadamente. La mujer era Rosalba Echeverría y el hombre, Ramiro. Tzirandi salió con el corazón destrozado y los ojos anegados de llanto. Al reunirse con los demás, no pudo articular palabra los primeros minutos, así que hubo que esperar hasta que se recuperó mínimamente. Les contó lo que había visto, después de ello les pidió que regresaran a su casa y no volvió a pronunciar palabra, sino hasta el día siguiente.

Todo el período vacacional, Tzirandi decidió pasarlo en su casa, al lado de la familia, de Dalia y Pablo Emilio, salió muy poco, Ramiro la buscó insistentemente, pero nunca se pudo entrevistar con ella. Amaranta, Dalia y Pablo Emilio fueron testigos del inmenso sufrimiento de la hija mayor de don Erasmo y doña Magdalena.

En virtud de que la familia Pineda González no tenía dinero, no le hicieron fiesta aTzirandi, con motivo de sus 15 años de edad, que cumplió en noviembre, pero la festejaron con una comida a la que asistieron las personas más allegadas a la quinceañera.

Los primeros días de enero de 1974, Tzirandi retornó a la capital del país.

 

Amaranta escuchó que llegó doña Agustina y le puso pausa a sus recuerdos.

– ¡Buenos días, doña Agus! ¿Se le hizo tarde?

– Buenos días, niña. No, a mí no se me hizo tarde, me dilaté porque había harta gente en las toqueres y la señora de los huchepos no llegaba. Pero yo como las vacas de Alita, tarde pero segura.

– La estoy esperando para almorzar.

– ¡Qué bueno, porque tengo harta hambre, ya las tripas grandes se comen a las chiquitas!

– ¿Le sirvo leche?

– Sí, por favor. ¿Qué hizo de almorzar?

– Chilaquiles con café.

– ¡Atráncate panza puta!

Amaranta sonrió por el comentario de doña Agustina y posteriormente desayunaron en silencio. Al terminar, La Guachita inició el diálogo.

– ¿Qué hay en el pueblo, doña Agus?

– Ahorita, nada. Todo en calma. Los ríos están crecidos, pero ni auciones que como el año pasado.

– Sí, hace un año estuvo muy feo. Y lo peor de todo fue descubrir cómo cambia la gente en una situación de emergencia. Me impresionó mucho que algunos zirandarenses no ayudaron a quien lo requería, la noche que nos salimos del pueblo.

– Así es, hubo gente ya vieja que tuvo que caminar harto rato en esa situación tan difícil y algunos llevaban sus cosas. Yo creo que ya se va a acabar el mundo.

– No doña Agus, el mundo se acaba para el que se muere.

– Pues será el sereno, pero antes de que eso suceda yo me voy pa´ Guayameo.

– ¡Ja, ja, ja, ¿y a poco allá no le va a pasar nada?

– Pues sí, pero, por lo menos, estaría en mi tierra. ¿Ya llegó don Pablo Emilio?

– No, llega al rato.

– ¿Qué quiere que le haga de comer?

– Nada, yo creo que vamos a comer fuera.

– Muy bien, entonces, me voy a poner a limpiar la casa. Con permiso.

– Pásele, yo voy a estar en la terraza.

– Ándele pues.

Amaranta se dirigió a la terraza, se acomodó en una mecedora, dirigió la vista al Balsas y la memoria al funesto año 1974.

El 21 de febrero murió don Erasmo Pineda, de cirrosis hepática, y después de muchos meses de sufrimiento. El deceso hundió en la tristeza a los integrantes de la familia Pineda González. Los hijos estaban muy conscientes de que su padre no había sido un buen esposo, pero con ellos fue totalmente amoroso.

Amaranta no dejaba de llorar. Los últimos días de su padre fue ella quien estuvo más tiempo con él. Lo vio consumirse lentamente, pero don Erasmo aparentaba que estaba bien, para no preocupar a su hija. El señor Pineda le pidió perdón, por no haber sido un mejor esposo y padre. Le dijo que se iba satisfecho por haber formado la familia que tenía, porque estaba seguro que todos iban a triunfar en la vida, y que eran unos magníficos seres humanos.

Le encargó que cuidara a doña Magdalena y a Gilito. La besaba a cada rato y le acariciaba el rostro y el cabello.

– ¡Eres preciosa, hijita! –Decía don Erasmo, con orgullo-.

Unos minutos antes de morir, don Erasmo se despidió de su esposa e hijos, además de su compadre Ernesto.

– Perdóneme, compa –manifestó, antes de exhalar el último aliento-.

Don Ernesto, le manifestó su apoyo incondicional a la viuda y estuvo pendiente de Amaranta, en todo momento.

– Ven, princesita –le dijo-. Acompáñame.

Una vez a solas, abrazó a su ahijada estrechamente, para consolarla.

– Llora todo lo que quieras, princesita. La vida fue muy difícil para mi compadre, no conoció a su padre y tuvo una madre distante. Trabajó desde niño y muy joven se adentró en el mundo del alcohol, para intentar olvidar la traición de su primera novia.

A pesar de tanto golpe que le dio la vida, siempre mostró un carácter alegre. Su forma de ser le rindió frutos invaluables, todo el mundo lo quería. Por si fuera poco, formó una familia hermosa, envidiable, y tuvo el inmenso privilegio de sentirse amado por todos ustedes.

Sé que se fue satisfecho por su familia y triste por abandonarlos, para siempre.

Estoy consciente que mis palabras te pueden sonar huecas y sin sentido, pero la muerte es parte de la vida, precisamente, el paso final. Todos nacemos para morir. Además, mi compadre ya estaba muy cansado de tanto sufrir. La enfermedad se lo acabó muy rápido. Aquí estoy contigo, para lo que gustes y mandes, sé que lo sabes.

– Gracias, padrino –manifestó Amaranta-. No me deje sola, por favor.

– Claro que no, aquí estaré.

Tzirandi permaneció una semana con la familia y luego regresó a continuar con sus estudios.

Don Ernesto le dijo a Luis Pedro que, a partir de ese día, en su carácter de primogénito, era el hombre de la casa, que no dudara en buscarlo, para todo lo que necesitara.

Con el transcurso de los días, la vida de la familia Pineda González retomó la rutina. La relación de don Ernesto con su ahijada se estrechó aún más.

Todos los días, Amaranta descubría a Gabino y José Luis escondidos cerca de donde ella estaba, parecía como si la vigilaran. Pese a ello, nunca la abordaron.

Un día de marzo, por la tarde, Amaranta fue a comprar una paleta a la tienda de doña Estela García y decidió cruzar por la casa de la señora Chucha Rivera. Federico Segovia vio que La Guachita se acercaba y se escondió para sorprenderla. Cuando Amaranta pasó cerca de él, la abrazó por la espalda y la aventó al suelo. La adolescente quiso levantarse y huir, pero el borracho le dio un manotazo en el rostro, que la volvió a derribar.

Con movimientos torpes, Federico Segovia intentó acostarse encima de La Guachita, pero ella alcanzó a rodar y alejarse un poco de su agresor. Sin embargo, el ebrio, enardecido, la tomó del vestido y tiró de él hasta que le rompió una manga. Amaranta, desesperada, buscó algo que le sirviera para defenderse y encontró una piedra boloncha. La tomó y le dio con ella al borracho, en la nariz y en la boca.

La sangre manó profusamente y esto desconcertó a Federico, momento que aprovechó La Guachita para huir velozmente, mientras recomponía su aspecto y el vestido.

Amaranta llegó a su casa, le contó a su mamá lo sucedido y ésta mandó llamar a don Ernesto. Una vez enterado de lo acontecido, el compadre montó en su caballo y se dirigió con premura a la mezcalería de doña Chucha Rivera. Al ver a Federico Segovia, se le fue encima y lo chicoteó repetidas veces, tantas, que el borracho corrió hacia la calle real. Hasta allá lo siguió don Ernesto y para evitar que huyera, lo lazó y lo arrastró, unos metros. Un par de minutos después, lo soltó y lanzó al aire una advertencia:

– ¡Mira Federico, hijo de tu chingada madre, si vuelves a acercarte a Amaranta, te juro que te mato!

Para entonces, mucha gente se había reunido atraída por los gritos de Federico Segovia.

Don Ernesto se alejó al trote de su caballo y no se percató de la mirada de odio asesino que le dirigió Federico.

El domingo siguiente, Zirándaro se despertó con la noticia de que alguien había matado a Federico Segovia, afuera de la mezcalería de doña Chucha Rivera. Tenía clavado en el pecho un mensaje que decía: “Para que aprendas a respetar a la mujer ajena”.

Don Ernesto Ruiz fue detenido como sospechoso del crimen, toda vez que había muchos testigos de las amenazas que profirió al occiso. Sin embargo, se acreditó plenamente que él no había sido, porque estuvo fuera del pueblo, en compañía de muchas personas, en un velorio, en Paso de Arena. Las autoridades no lograron saber quién había sido el asesino.

Amaranta se asustó mucho con la detención de su padrino y por primera vez se le clavó en la mente la posibilidad de perder también a don Ernesto.

– ¡Padrino –le comentó desesperada-, me dio mucho miedo que se quedara usted preso! ¡No quiero que le pase nada, cuídese mucho, por favor!

– No te preocupes, princesita. Te aseguro que me voy a cuidar más ahora.

– ¡Es que, si le pasa algo malo yo no sabría qué hacer sin usted!

– Nadie se muere en la víspera, princesita, pero debes estar consciente de que algún día voy a dejar este mundo, como todos.

– ¡Cállese, le prohíbo que hable de eso! ¡Usted no se va a morir!

Don Ernesto abrazó cariñosamente a su ahijada.

En Semana Santa, Tzirandi llegó al pueblo para estar 15 días con su familia y, sabedora de que su hermano menor iba a concluir la Primaria al término de ese ciclo escolar, lo invitó a irse con ella al Distrito Federal. Gilberto lo consultó con su mamá y con Luis Pedro y ambos accedieron, así que todo quedó decidido. Tzirandi tenía el propósito de llevarse a toda su familia a vivir con ella, pero más adelante, cuando pudiera mantenerlos. No había logrado la aceptación de todos, pero estaba convencida de que la iba a conseguir.

El jueves santo, después de presenciar el prendimiento de Jesús, en la representación religiosa, Tzirandi iba de regreso a su casa, acompañada de Pablo Emilio, quien no se le despegaba ni un segundo. A sus espaldas escuchó una voz conocida:

– Tzirandi, ¿puedo hablar contigo? –Le preguntaron-.

Era Ramiro Borja.

– No, Ramiro –contestó Tzirandi-, tú y yo no tenemos nada de qué hablar. Vámonos, Pablo Emilio.

La pareja se alejó y Ramiro los observó hasta que se perdieron de vista.

– Oye, Tzirandi, ¿ya no quieres a Ramiro? –Preguntó Pablo Emilio-.

– No, ya no –respondió Tzirandi-. Lo quería mucho, pero su traición me obligó a desalojarlo de mi corazón y a suprimirlo de mi mente.

– ¿Tienes novio?

– No, ahorita no pienso tenerlo, quizá en un par de años. ¿Y tú?

– No, yo tampoco.

– ¿Por qué?

– No lo sé, no estoy seguro de que ella sienta lo mismo que yo.

– ¡Pues, pregúntaselo!

– Sí, ¿verdad?

Antes de viajar a la capital del país, Tzirandi conversó con su hermana.

– Oye hermanita, ¿qué pasó con Pablo Emilio?

– ¿Por qué? –Preguntó, a su vez, La Guachita-.

– ¡Cómo que por qué! ¿Cuándo se van a hacer novios?

– No lo sé, creo que no le intereso como novia. Seguimos siendo amigos, pero no como antes. Cada vez lo veo menos.

– Pues yo creo que pronto se te va a declarar.

– ¿Por qué lo dices?

– Le pregunté si tenía novia y me dijo que no, que ignoraba si la guacha que le gustaba sentía algo por él.

– ¿Y cómo sabes que se refería a mí?

– ¡Y a quién más, hermanita!

En julio, Luis Pedro cumplió dieciocho años y lo hicieron Tesorero en la presidencia municipal, así que los ingresos de la familia Pineda González mejoraron un poco, debido al nuevo sueldo que percibía el primogénito de doña Magdalena.

Al siguiente mes, Gilberto viajó con Tzirandi para arreglar su ingreso a la Secundaria, en la ciudad de México. Doña Magdalena y Amaranta se quedaron muy tristes al despedirse del menor de la familia.

*****

A fin de año, Tzirandi y Gilberto llegaron a su pueblo natal para pasar las vacaciones con los familiares y amigos.

Doña Magdalena, Luis Pedro y Amaranta se sorprendieron al ver cuánto había crecido Gilberto en tan sólo unos meses. Además, la belleza de Tzirandi era espectacular, tanto, que a los pocos días le solicitaron a la señora González que le diera permiso a su hija, para ser la Reina de las Fiestas Patrias del año siguiente. Doña Magdalena accedió, después de escuchar el parecer de Luis Pedro y de Tzirandi.

En ese período vacacional, Tzirandi y Amaranta estuvieron rodeados de muchos admiradores. Pablo Emilio y Dalia, también se hicieron presentes. En esos días acostumbraban ir a dos refresquerías del pueblo, a la de Mariquita Gaona, en la plaza y a la de Chanita Tinoco, en el centro. Se juntaba un grupo de jóvenes y adolescentes para conversar, jugar, escuchar música de la rockola, pero, primordialmente, para iniciarse en el terreno del amor.

A pesar de que la muerte de don Erasmo estaba reciente, los días decembrinos fueron un bálsamo muy efectivo, para atenuar el dolor de la familia Pineda González.

Tzirandi y Gilberto se despidieron de sus seres queridos y del pueblo, los primeros días de 1975.

 

Una llamada telefónica interrumpió los pensamientos de Amaranta. Era Pablo Emilio, quien le comentó que iba a llegar a Zirándaro alrededor de las tres de la tarde, así que la invitaba a comer mojarras a La Calera, en el negocio de Rosy y Margarito.

La Guachita aceptó y después de ver el reloj, calculó el tiempo. Eran apenas las 11, así que había margen suficiente para continuar con sus recuerdos y arreglarse para ir a comer.

La memoria de Amaranta se ancló en septiembre de 1975. Su hermana fue la Reina de las Fiestas Patrias y, por ende, asistió a las corridas de toros y a los bailes, siempre acompañada de La Guachita, de Dalia y Pablo Emilio.

Amaranta disfrutaba mucho las fiestas septembrinas. El ambiente en las corridas de toros era muy especial, la voz agradable, cariñosa e ingeniosa de don Ubléster Damián, como animador del evento, era un plus adicional. La piel de La Guachita se enchinaba y el corazón se le alborotaba, cuando escuchaba a la banda cantar Prieta linda y Traigo perdida la fe. En el momento en el que aparecía la guanancha, se ponía lista para atrapar alguna fruta o cualquier otro regalo que aventara.

Sin embargo, la emoción llegaba al máximo cuando la Reina y el jinete bailaban El pañuelo a un lado del toro y, posteriormente, seguía la monta del cuadrúpedo, que implicaba ser muy valiente y diestro para subirse en el lomo del animal, además de aguantarle todos los reparos.

El día 15, Luis Pedro montó un toro y se lo dedicó a Marfelia Aburto, la muchacha que pretendía. Se le quedó, a pesar de que el animal reparó con mucho brío, de principio a fin. Recibió como premio una sonrisa de Marfelia y un beso de sus ojos ilusionados.

En los bailes, la Reina no dejaba de atender todas las peticiones, pieza tras pieza, así que terminaba exhausta. Amaranta todavía no bailaba, lo iba a empezar a hacer hasta que cumpliera los 15 años, lo cual iba a ocurrir el último mes del año.

Una mañana, Tzirandi y Amaranta conversaron, para intercambiar confidencias.

– Oye hermanita, ¿ya tienes novio? –Cuestionó Tzirandi.

– No.

– ¡Cómo que no, si anda un guacherío detrás de ti!

– Pues sí, pero ninguno es mi novio. Recibí dos declaraciones y les dije que no. Tú bien sabes que sólo me importa Pablo Emilio.

– ¿Qué ha pasado con él?

– Nada, nos vemos con frecuencia, pero sólo en la escuela.

– Ya verás que pronto se decide y se te declara.

– No lo creo, ya veremos. ¿Y tú, ya tienes novio?

– ¡Sí, tenemos nueve meses! ¡Estoy feliz!

– ¿Cómo se llama?

– Carlos Augusto. Nació en la ciudad de México y es mi maestro de matemáticas en la prepa, también es ingeniero. Es mayor para mí seis años. Se porta muy bien conmigo y me quiere mucho. Está ansioso por venir a Zirándaro y conocer a mi familia. Piensa venir en diciembre.

– ¡Qué bueno, hermanita! ¡Felicidades!

Diciembre pronto llegó, con él las vacaciones y el día que Amaranta cumplió 15 años.

Don Ernesto organizó una fiesta para su ahijada y la familia Pineda González estuvo muy contenta por el aniversario y porque nuevamente estaban todos juntos, sólo les faltaba don Erasmo, pero él seguía dentro del corazón de cada uno.

Amaranta estuvo feliz y le agradeció efusivamente a su padrino lo que había hecho por ella.

– No te he dado tu regalo, princesita –dijo don Ernesto-.

– ¡Cómo, todavía me va a dar otro regalo! Con la fiesta basta padrino, estuvo muy bonita, hasta me trajo al conjunto Rubiela y a Los Tecuches.

– Ésa fue la fiesta, ven, acompáñame para que veas tu regalo y me digas si te gusta.

La Guachita caminó al lado de don Ernesto, hasta el corral de la casa.

– Cierra los ojos y espérame aquí –indicó el padrino-.

Amaranta hizo lo que le solicitaron y esperó con impaciencia.

– ¿Ya puedo abrir los ojos?

– Todavía no. Espérame tantito.

Después de cinco segundos, la ahijada insistió:

– ¿Ya, padrino?

– Listo, ábrelos.

Amaranta vio ante ella un hermoso caballo color negro, con un lucero en la frente y unos ojos enormes, que brillaban en la obscuridad. Era un magnífico ejemplar.

– ¿Es para mí? –Preguntó La Guachita emocionada-.

– Sí. ¿Te gusta?

– ¡Me encanta! ¿Cómo se llama?

– No tiene nombre, la dueña tiene que ponérselo.

– ¡Ya lo tengo, se va a llamar Churupitete! ¡Gracias, padrino, es el mejor regalo que me han hecho en la vida!

Don Ernesto y Amaranta se fundieron en un abrazo prolongado.

A partir de ese día, la gente de Zirándaro veía cada día a La Guachita, a lomos de Churupitete. Andaba por todos lados. Tondoche era uno de sus destinos favoritos.

La noche del 20 de diciembre, las hermanas Pineda González fueron a un baile al jardín. Los admiradores de Tzirandi y Amaranta rodeaban el reservado de las bellas hermanas. Cuando inició la siguiente melodía, diversas manos se tendieron para invitar a bailar a las dos. Tzirandi eligió a Pablo Emilio y Amaranta a uno de sus primos.

La Guachita no podía dejar de observar a la pareja de Tzirandi y Pablo Emilio. Se percató que conversaban animadamente y en algún momento, el único que hablaba era él, mientras que su hermana tenía cara de incomodidad y preocupación. Al concluir la melodía, Pablo Emilio llevó a su pareja al reservado y se marchó de prisa, sin despedirse. Amaranta vio que Tzirandi tenía una mano en la frente y la vista clavada en el piso. Estaba seria, pensativa.

Sin saber lo que ocurría, pero con un ligero presentimiento, La Guachita corrió a buscar a Pablo Emilio. Alcanzó a ver que iba hacia la iglesia y aumentó su velocidad, hasta que estuvo a un par de metros de él.

– ¡Pablo Emilio! –Gritó Amaranta-. ¿Qué ocurre?

Al estar frente a él, La Guachita se dio cuenta que su amigo lloraba, sin descanso.

– ¿Qué tienes? –Volvió a preguntar-.

Pablo Emilio no podía hablar, el llanto se lo impedía. Amaranta lo abrazó y lo dejó que se desahogara un buen rato.

– ¿Te sientes mejor? –Preguntó la jovencita-.

– Sí, ya pasó. Gracias por tu apoyo.

– No digas eso, tú y yo somos amigos. ¿Puedo ayudarte en algo?

– No, nadie puede hacerlo. Esto debo resolverlo solo.

– ¿Me puedes decir qué ocurrió?

– Le pedí a Tzirandi que fuera mi novia y me rechazó. Estaba seguro que me iba a aceptar, pero ahora veo que me equivoqué.

– ¿Por qué estabas seguro?

– Porque le gusta estar conmigo, me ha dicho que soy guapo y siempre está contenta a mi lado.

– ¿Qué te dijo?

– Que me quería como a un hermano y que tenía novio.

– Sí, es cierto, tiene novio y está muy contenta.

– ¿Por qué no me dijiste?

– Porque yo no sabía que mi hermana te gustaba.

– Es el amor de mi vida. Nunca voy a fijarme en otra mujer. No hay nadie como ella, por eso siempre estoy a su lado.

Pablo Emilio volvió a llorar amargamente y Amaranta hizo lo propio. El corazón de ambos estaba roto y tendría que pasar mucho tiempo para que se recuperaran.

Tzirandi observó a la pareja a la distancia y se dio cuenta que su hermana le indicaba, a señas, que se alejara, que ella iba a llevar a Pablo Emilio a su casa.

Amaranta relegó su propio dolor y se encargó de consolar a su amigo. Una vez que se calmó, lo acompañó hasta su casa.

– Gracias, Amaranta –Externo Pablo Emilio-.

– Olvídalo, sabes que cuentas conmigo, para lo que sea.

– Jamás voy a olvidar lo que has hecho por mí.

– Está bien. Ya me voy.

– Te acompaño.

– No, quédate. ¿Me dejas darte un abrazo?

– Sí, lo necesito mucho.

La pareja de amigos se abrazó largo rato, casi hasta que sus corazones entendieron que no siempre se gana en la vida y que, a veces, es inevitable el sufrimiento para crecer.

Amaranta regresó al baile y a la entrada la esperaba Tzirandi. Ambas decidieron irse a casa. En el trayecto conversaron sobre lo sucedido.

– ¿Cómo está Pablo Emilio? –Cuestionó Tzirandi-.

– Desolado e incrédulo. No puede creer que lo rechazaras.

– No entiendo por qué. Nunca le di motivo para suponer que podría ser mi novio. Siempre he sabido lo importante que es para ti. Por si fuera poco, tú bien sabes que tengo novio y que lo quiero mucho.

– Sí, lo sé. Cuando escuché los motivos que tuvo para declarársete, me di cuenta que él solo se ilusionó. De todas formas, está sufriendo mucho.

– Pobrecillo, yo no hubiera querido lastimarlo. Es como un hermano para mí.

– Sí, no te preocupes, ya se le pasará.

Amaranta guardó silencio y en su mirada se podía leer el tamaño de su dolor y la inmensa magnitud de su tristeza y desolación. Tzirandi la abrazó.

– Tú, ¿cómo estás? –Preguntó, a su hermana menor-.

– Muy triste y sin ganas de explorar el futuro.

– Perdóname, por favor.

– No, hermanita, no tengo nada que perdonarte. Tú no eres culpable de nada.

– ¿Segura que no me guardas rencor?

– ¡Por supuesto, cómo se te ocurre pensarlo, siquiera!

– ¿Qué vas a hacer?

– Ahorita a llorar hasta que se me terminen las ganas y se me deshaga el nudo en la garganta y la opresión en el pecho. Mañana, ya Dios dirá.

Tzirandi abrazó amorosamente a su hermana, mientras ésta lloraba para encontrar el alivio que requería.

Al día siguiente, una noticia se convirtió en el clavo más lacerante de la cruz de La Guachita, Pablo Emilio se había ido a los Estados Unidos, sin despedirse.

Los días posteriores, Amaranta estuvo silenciosa y alicaída. Su familia y padrino hacían todo lo posible para disminuirle la desdicha y recuperar a la mujercita alegre que era.

Después de Navidad, Carlos Augusto llegó a Zirándaro, a conocer a la familia de su novia Tzirandi y a despedir el año viejo, además de darle la bienvenida al nuevo, en su compañía.

Todos quedaron encantados con la forma de ser de Carlos Augusto y éste se convenció de que Tzirandi era la mujer que deseaba para casarse. La familia Pineda González lo trató muy bien, con respeto y cariño. De tal forma, que su estancia en el pueblo resultó placentera e inolvidable. La unión y el amor que se profesaban Tzirandi y los suyos, sorprendió gratamente al capitalino. Una mujer así de amorosa necesitaba a su lado y para madre de los hijos que pensaba tener.

La última noche del año, Tzirandi le rogó mucho a su hermana para que fueran al baile y al final logró convencerla. Bailaron de principio a fin. El amor de familiares y amigos logró distraer la tristeza del rostro y del corazón de La Guachita.

Estaba por terminarse el baile. Cuando inició una de las últimas melodías, Amaranta vio extendida una mano frente a ella.

– ¿Bailamos? –Le dijo una voz conocida-.

Amaranta levantó la vista y vio a Casildo, que sonreía, mientras la invitaba a bailar. Dudó en aceptar, porque no le gustaba la forma de ser de su ex compañero y por lo que había sucedido antes. Casildo advirtió la actitud de La Guachita e insistió:

– Por los viejos tiempos –agregó-.

Amaranta no pudo evitar una cara de incredulidad y resistencia, toda vez que ella y Casildo no tenían nada que recordar de los “viejos tiempos”, todo lo contrario, el pasado común era el mejor argumento para rechazarlo. Con la intención de que él desistiera, espetó:

– Bailamos la que sigue.

Casildo se retiró con una sonrisa en agonía y una mirada indescifrable. Empero, regresó al iniciar la siguiente canción, así que La Guachita no tuvo otra opción que acompañarlo a la pista de baile.

– Gracias, Amaranta –dijo Casildo para iniciar la conversación-.

– No tienes nada que agradecer, yo bailo con quien me invite, sea quien sea.

– Felicidades por tus 15 años.

– Gracias.

Amaranta, desde el inicio, separó su cuerpo del de su pareja, para hacerle ver que no le iba a permitir ningún acercamiento. No podía evitar ver la cicatriz en el rostro de Casildo, su aspecto le infundía temor y rechazo.

– ¿Está muy fea mi cicatriz? –Cuestionó Casildo, al adivinar los pensamientos de su pareja de baile-.

– No lo sé –mintió Amaranta-. No me he fijado.

– Ya se te fue el novio para el otro lado.

– Pablo Emilio no es mi novio.

– Dicen que no se despidió de ti y que está enamorado de tu hermana.

Amaranta decidió guardar silencio el resto de la canción, pero Casildo no estaba dispuesto a permitirlo.

– ¿No me dices nada? –Insistió Casildo-.

La Guachita persistió en su silencio.

– Muy bien, entonces voy a hablar yo. Hoy, estás más bonita que nunca, y quiero que sepas que desde guache estoy enamorado de ti.

Después de lo ocurrido con Pablo Emilio, me fui del pueblo y prometí no volver, pero tu recuerdo y las noticias que recibía de ti, de parte de Gabino y José Luis, me obligaron a retractarme y aquí estoy. Vine a pedirte que seas mi novia. ¿Qué dices? ¿Aceptas?

– ¡Nunca, primero muerta que ser tu novia! –Manifestó Amaranta-.

– ¿Segura? Porque, te voy a dar gusto. Si no vas a ser mía, prefiero matarte y te juro que lo voy a cumplir, pero antes de hacerlo te haré sufrir mucho, cuando te enteres que maté a Pablo Emilio, para vengarme de lo que me hizo. ¿Qué dices, sigues pensando rechazarme?

Amaranta no quiso escuchar más a Casildo, le soltó la mano y lo dejó parado a mitad de la pista. Se encaminó al reservado, pero a nadie le comentó lo sucedido.

Al día siguiente, Tzirandi y Gilberto dieron por concluidas sus vacaciones y se despidieron de la familia. Carlos Augusto viajó con ellos.

Un día después, Amaranta ensilló a Churupitete y se fue a Tondoche, a visitar a su padrino. Durante el trayecto vio que una camioneta la rebasó, sin precaución. Estaba a punto de llegar y se sorprendió cuando vio que la puerta del falsete que daba al rancho, estaba cerrada. Se bajó del caballo para franquear el paso y en ese momento sintió una mano que le tapaba la boca y otra que la tomaba por la cintura. El equino se asustó y corrió hacia la casa principal del rancho.

Amaranta fue arrastrada, hacia un lado de la vereda, junto a una cueramera, donde estaba estacionada la camioneta que la había rebasado minutos antes.

Mientras tanto, Churupitete llegó relinchando al rancho y eso llamó la atención de don Ernesto, que enseguida comprendió que algo le ocurría a su ahijada, así que fue por su pistola y un machete. Enseguida, montó al caballo de Amaranta y fue en su busca.

– ¡Llévame rápido con tu ama, bonito! –Le ordenó a la bestia-.

En la cueramera, Amaranta era insultada por su agresor.

– ¡Ahora sí, putita, me las vas a pagar todas! –Le dijo Casildo, con el rostro transformado por la ira-.

– ¡Casildo! ¿Qué te pasa? ¡Yo no te he hecho nada!

– ¡Cómo no, me rechazaste!

– ¿Y ése es motivo suficiente para que me maltrates?

– ¡Sí, porque sólo de esa manera vas a ser mía!

– ¡Ya te dije que primero me matas!

– ¡Pues allá tú, si te opones te va a llevar la tiznada! No vas a ser el primer muerto en mi conciencia.

Casildo dio por concluido el diálogo y se acercó a Amaranta. La abofeteó y le rompió el vestido. Ella se defendía como podía, al mismo tiempo que pedía auxilio a gritos. Don Ernesto escuchó la voz de su ahijada y descendió del caballo, con la pistola en la mano. Al descubrir a la jovencita y a su agresor, amartilló el arma y gritó:

– ¡Déjala, infeliz o te mato!

Casildo se volteó sorprendido y, al ver la actitud de don Ernesto, tuvo que soltar a Amaranta, quien corrió al lado de su padrino, llorando sin poder contenerse, con la ropa hecha jirones, el corazón asustado y el alma en zozobra.

– ¡Vete, no te quiero matar, pero si te vuelves a acercar a mi ahijada, no te daré otra oportunidad!

Casildo se alejó y con una mirada cargada de odio, le hizo una promesa a don Ernesto:

– ¡Acabas de cometer el peor error de tu vida, Ernesto! Al dejarme vivo se acabó tu tranquilidad, en el momento menos pensado voy a venir a matarte.

– ¡No te tengo miedo, si me buscas, me vas a encontrar y te juro que será lo último que hagas!

Casildo se subió a la camioneta y soltó una carcajada siniestra, antes de arrancar.

Don Ernesto abrazó a su ahijada.

– ¿Cómo estás, princesita? ¿Qué te hizo ese desgraciado?

– Sólo me golpeó un poco, padrino. Estoy muy asustada, pero bien. Vamos al rancho.

– Sí, vamos.

Don Ernesto atendió a su ahijada hasta que la vio recuperada y luego la llevó con doña Magdalena, a quien le contaron lo sucedido. Decidieron ir al ayuntamiento a denunciar los hechos. La policía municipal buscó a Casildo, pero les informaron que lo habían visto abandonar el pueblo, a toda prisa.

El señor Ruiz se quedó mucho rato con Amaranta, hasta que llegó Luis Pedro. Antes de regresar al rancho, conversó con su ahijada:

– Princesita, ya me habías prometido que no ibas a ir sola a Tondoche. Tienes que cuidarte.

– Nunca creí que iba a ocurrir lo sucedido, padrino. Desde que me regaló a Churupitete voy prácticamente todos los días a verlo, sola, y nunca había pasado nada.

– Tienes razón, pero después de hoy debes cuidarte mucho más. Casildo es muy peligroso porque es un cobarde. Yo no sabía que ya te había amenazado, de lo contrario, hubiera tomado otras medidas.

– Usted también debe tener cuidado.

– Por mí, no te preocupes. Voy a poner vigilancia en el rancho y a estar muy alerta siempre. Prométeme que tú también lo harás y que me contarás cualquier cosa rara que veas.

– Prometido. Gracias, padrino.

– Hasta mañana, princesita.

 

Amaranta suspendió sus recuerdos y se dispuso a arreglarse para comer con Pablo Emilio.

Un poco antes de las tres de la tarde, salió en su vehículo, con rumbo a La Calera. Su belleza lucía mucho con la ropa que eligió ese día: un vestido vaporoso, de tirantes, un rebozo y huaraches, todo en color blanco. Además, se colocó una flor de mariposa en la oreja derecha. Quería gustarle a Pablo Emilio, aunque ya sabía que él estaba fascinado con su forma de ser y con su hermosura.

Al arribar al negocio de Rosy y Margarito, Pablo Emilio ya la esperaba, con una sonrisa plena, el corazón enamorado, el alma convencida y una rosa roja en la mano. Fue por ella para abrirle la puerta de la camioneta.

– ¡Hola, preciosa! ¡Qué hermosa te ves! –Dijo, a modo de saludo-.

– ¡Hola, guapo! –Contestó Amaranta-. ¿Cómo estás?

– ¡Feliz de verte y ansioso de tenerte en mis brazos!

– ¡Pues, adelante, soy toda tuya!

Se besaron apasionadamente y luego se fundieron en un abrazo amoroso. Tenían dos días sin verse, pero para ellos era una eternidad. La relación que sostenían vivía su mejor momento, ése que no admite separaciones ni horarios y lugares para manifestar el sentimiento que los une.

Comieron mojarras y bebieron cerveza todo el rato. No dejaban de verse y de acariciarse, el amor se les escapaba por cada poro de la piel y contribuía a mejorar el ambiente. Una vez que el apetito de ambos quedó satisfecho, se subieron a sus vehículos y se dirigieron a la casa de Amaranta. Faltaba atender el corazón y el alma, pero para ello estorbaban los testigos.

Ingresaron a la casa y Amaranta se fue a poner música, mientras que Pablo Emilio abría una botella de vino tinto. Casi enseguida se escuchó la voz de Martín Ortiz, que cantaba el corrido de Darío Prieto.

Pablo Emilio se acercó a Amaranta y la abrazó por la espalda, luego empezó a besarla y acariciarla, sin prisa y con método. Ella le dejó hacer, le encantaba su trato y la forma en la que le demostraba su amor. A pesar del tiempo que tenían de novios, casi cuatro años, la unión física no se había consumado, porque él no la veía convencida de dar ese paso, algo le impedía decidirse y Pablo Emilio no deseaba imponerle nada, todo tenía que ser espontáneo. Esperó pacientemente, pero días atrás le había pedido que fuera su esposa. Aún no recibía respuesta.

– ¿Entonces, qué, te vas a casar conmigo? –Preguntó Pablo Emilio-.

– No lo sé.

– ¿Qué te detiene? ¿No me amas?

– Sí, bien lo sabes, pero necesito saber algo antes de darte mi respuesta.

– ¿Qué necesitas saber?

– No te lo puedo decir, todavía.

– ¿Hasta cuándo?

– De esta semana, no pasa.

– Oye, ¿existe la posibilidad de que no seas mi esposa?

– Siempre hay la posibilidad de cualquier cosa, pero créeme que sólo la muerte podrá impedir que me case contigo, éste ha sido mi máximo sueño y uno de los pocos que no se me ha cumplido, aún.

– ¿Es decir, que la respuesta va a ser positiva?

– Probablemente, ya veremos.

Después de Martín Ortiz, el mini componente reprodujo la voz de César Ochoa, que cantaba 50 cartuchos.

– Oye, preciosa, ¿no se ha sabido nada de Casildo?

– No, hace como un mes que no hay noticias de él. Lo último fue cuando golpeó a La Tarecua, el homosexual de Las Cagüingas. Casi lo mata y luego huyó, como de costumbre.

– No voy a estar tranquilo hasta que deje de molestarte.

– Vamos a cambiar de tema. Ya te he dicho que me provoca mucho miedo la simple mención de su nombre.

– No te preocupes, yo te voy a proteger.

– ¿Qué sientes por mí, Pablo Emilio?

– Un inmenso amor, preciosa.

– ¿Estás seguro?

– Absolutamente y te lo demuestro cuando, donde y como quieras.

– ¿Desde cuándo me amas?

– Yo creo que desde siempre, aunque al principio no lo sabía y, por lo mismo, no lo quise admitir.

– ¿Cuándo fue eso?

– Antes de irme para Estados Unidos, cuando pensaba que estaba enamorado de Tzirandi.

– A mí me dijiste que la amabas, que era el amor de tu vida.

– Sí, lo creí mucho tiempo y no te voy a negar que me encantaba. Su belleza me traía loco, pero cuando me rechazó y, sobre todo, durante los años que viví fuera del país, entendí muchas cosas y concluí que lo mío era más deslumbramiento que amor. Cuando la razón parió esa verdad, fue un proceso doloroso y, al final, dicha certeza, me liberó de la confusión.

Para espantar la soledad, me involucré con muchas mujeres, todas eran pretextos para desintoxicarme, pero hubo una que se encariñó mucho conmigo, Priscila, la gringa que viajó a mi lado a Zirándaro y con la que viví unos meses, que fue cuando descubrí que el hijo que iba a tener no era mío, como me había jurado para que la aceptara como pareja. Además, nuestras formas de ser tenían muy poco en común, así que lo nuestro no fructificó y era lógico, porque nuestra relación nació muerta, sin futuro.

Cuando llegué a Zirándaro, después de veinte años, me dio pena buscarte y te volví a ver un día, en el jardín. Estabas preciosa y te veías feliz. Fortunato Cárdenas te llevaba del brazo, alguien me había dicho que era tu novio y que se iban a casar. Al verme, te desprendiste del brazo de tu acompañante y me abrazaste muy cariñosa, pero, al presentarte a Priscila como mi mujer, guardaste la alegría y la distancia.

– ¿Por qué nunca escribiste a tu familia? –Interrumpió Amaranta-.

– Porque no pensaba regresar y quería que me olvidaran. Yo iba a hacer lo mismo, olvidar al pueblo y a su gente.

Cuando descubrí las mentiras de Priscila, le pedí que se fuera de mi vida y así lo hizo, días antes descubrí que yo era estéril. Para entonces, agosto de 1995, ya estabas comprometida con Fortunato.

A continuación, la voz de Ibeth Pineda inundó el ambiente con La Rogona, canción de su autoría.

– Nuestro pasado común –agregó Pablo Emilio-, venció fácilmente mi resistencia a buscarte y poco a poco reanudamos la relación amistosa. Ambos nos dimos cuenta que lo nuestro era un sentimiento en reposo.

En 2004, me casé con Lorena, una mujer buena y lo hice porque lo nuestro no tenía futuro, eras una mujer ajena. Quería estar cerca de ti. Tuve un matrimonio apacible y para mí eso era suficiente. Respeté y traté muy bien a mi esposa, ella no tenía la culpa de mis insuficiencias sentimentales y del amor frustrado que me inspirabas, porque fue cuando descubrí que te amaba y que aspirar a ti era uno más de mis sueños inalcanzables. Clausuré la entrada a mi corazón, únicamente la salida estaba habilitada.

Lorena murió, después de vivir seis años a mi lado. Le guardé luto un año a su memoria y, a partir de 2011, me dediqué a conquistar tu corazón, para pedirte que te casaras conmigo, porque tú también eras libre, la muerte, rompió tu vínculo matrimonial con Fortunato.

La conquista fue un proceso delicioso y, a decir verdad, sencillo, porque tú así lo permitiste. Dijiste que no había mucho de que convencerte, que me conocías muy bien y que, quizá, las resistencias para ser pareja y terminar la vida juntos, provendrían de mí.

Adujiste tu edad para hacerme desistir, pero a mí eso era lo que menos me importaba. A tus 50 años eras una mujer en plenitud, para mí, lo más importante eran la caricia de tu mirada, los frutos de tu boca amorosa y la magia de tu personalidad cautivante. Por si fuera poco, tu belleza física le había ganado la carrera al tiempo, seguías siendo la mujer más hermosa de la región, la Guachita Bonita.

De igual forma, en tus tibios intentos de alejarme de ti, mencionaste que ya no me ibas a poder dar hijos y yo contesté que no me importaba, que era una lástima, porque los seres bellos como tú están obligados a parirle hijos a este mundo, para contribuir a mejorarlo, a embellecerlo.

Finalmente, comentaste que quizá algún aspecto del pasado de ambos podría impedir nuestra unión y yo lo negué enfáticamente. Tu pasado era cosa tuya y, excepto que quisieras retrotraerlo, para mí estaba enterrado. Por mi parte, no existía nada que temer, era un hombre sin historia.

En ese momento, la voz de Rosy Alvear cantaba Voy a soñar despierto, melodía compuesta por Theobaldo González Alvear.

– En 2011 –prosiguió Pablo Emilio-, nos hicimos novios y, a partir de ahí, tu amor me ha hecho inmensamente feliz. Eres la mujer que supuse y más, mucho más. Por eso quiero casarme contigo y terminar la vida a tu lado.

Amaranta lo abrazó y lo besó. Las palabras de Pablo Emilio confirmaban que la amaba, como se lo gritaban sus actos cotidianos.

La Guachita se incorporó, tomó de la mano a Pablo Emilio, le subió el volumen al aparato electrónico y condujo a su novio a la recámara, en la planta alta.

– Ven, quiero dormirme en tus brazos –le dijo-.

Se durmieron mientras escuchaban cantar a La Bolera y la banda Citlali, que interpretaban Acá entre nos.

*****

Pablo Emilio se retiró de la casa de Amaranta a las diez y media. Por su parte, La Guachita se acomodó en un sillón en la terraza, dirigió la mirada al cielo zirandarense estrellado y envió su pensamiento al mes de febrero de 1976, al día 15, para mayor precisión.

En esa fecha llegaron al pueblo Tzirandi, Gilberto, Carlos Augusto y sus padres. Iban a pedir la mano de la hija mayor de doña Magdalena. La petición se hizo por la noche, en una cena en la que estuvieron presentes los integrantes de la familia Pineda González, don Ernesto, Dalia, obviamente el novio y sus padres. La mano fue concedida y la fecha de la boda se fijó para el 15 de marzo, en la ciudad de México. Tzirandi estaba feliz y ello contagiaba a sus seres queridos.

Don Ernesto se encargó de transportar a la familia Pineda González y a Dalia, al Distrito Federal, para asistir a la boda de Tzirandi. Fue un evento muy bonito y emotivo, la belleza de la novia no tenía parangón en la historia de la iglesia donde se casaron. La zirandarense era un sol y su sonrisa transmitía la certeza de un destino feliz.

Los desposados se fueron de luna de miel al puerto de Acapulco y los zirandarenses retornaron a su pueblo.

Una vez en casa, Amaranta se acercó a doña Magdalena.

– ¿Cómo te sientes, mami?

– Triste y contenta, ni yo me entiendo.

– Explícame, por favor.

– Estoy triste, porque ya se me empezaron a casar los hijos y contenta porque tu hermana se veía feliz. Además, creo que Carlos Augusto es un buen hombre, que la quiere mucho. Gracias a Dios, nunca le pasó nada a tu hermana estos años en el Distrito Federal. Esa circunstancia siempre me tuvo preocupada, hoy, ya puedo descansar en ese aspecto. Y tú, hijita, ¿ya tienes novio?

– No, mami y no se ve pa´ cuando.

– ¿Sigues pensando en Pablo Emilio?

– Sí, no me lo puedo sacar del pensamiento.

– ¿No te ha escrito?

– No, ni a su familia.

– ¡Qué raro, yo estaba segura que nunca se iba a ir del pueblo!

– Yo también.

– ¿Y no tienes algún prospecto, hijita?

– No, mami, aunque hay hartos tiradores.

– Ya llegará, ya llegará.

– No me corre prisa y a mí el que me interesa anda en Estados Unidos.

– Espero que tú también te cases y que Dios me dé licencia de estar ahí.

– ¡Por supuesto que ahí vas a estar!

– No te creas, no me he sentido bien.

– ¿Qué te pasa?

– Tengo dificultad para respirar.

– ¿Por qué no me habías dicho?

– Para no preocuparte. Ya fui a ver a Marcelo Pineda y me dijo que es el corazón, que me hiciera unos estudios.

– ¡Pues vamos a México, para que te los hagas!

– No tenemos dinero, hijita.

– ¡Pues lo conseguimos!

– ¿Con quién?

– De eso yo me encargo. Se lo puedo pedir a mi padrino, a Tzirandi, que Luis Pedro lo consiga o vendo a Churupitete.

– No, hijita. Te voy a proponer algo.

– Dime.

– Si me vuelvo a sentir mal, te lo digo y nos vamos a México.

– ¿De veras?

– Sí, te lo prometo.

– Conste, ¿eh?

Doña Magdalena contestó con una sonrisa falsa. Amaranta la besó y la abrazó hasta que la madre protestó:

– ¡Basta de tanto besuqueo, vamos a ponernos a hacer la comida! ¿Qué quieres comer?

– Un plato de combas y queso fresco.

– Muy bien, ve a cortar epazote al patio.

A finales de marzo, Luis Pedro se despidió de su familia. Se iba a vivir a la ciudad de México, porque el diputado federal por el Distrito de Tierra Caliente, lo había invitado a formar parte de su equipo de trabajo.

A doña Magdalena, la noticia le produjo sentimientos encontrados,  al igual que la boda de Tzirandi. Estaba contenta porque la invitación del diputado representaba una magnífica oportunidad para el futuro de su hijo, pero, al mismo tiempo, le causaba tristeza que el primogénito, su apoyo, se le fuera tan lejos. Le dio miedo el futuro y lloraba a escondidas.

El día que se fue Luis Pedro, don Ernesto conversó con doña Magdalena y con Amaranta:

– Comadre, las invito a pasar unos días al rancho, para que no estén solitas. Yo ahorita no me puedo alejar de Tondoche, por eso les digo que se vayan para allá. ¿Qué dice?

– Gracias, compadre –contestó doña Magdalena-. Aquí nos vamos a quedar, no queremos dar molestias.

– Ustedes no molestan, comadre. Vámonos unos días, no más.

– No, gracias. No hay necesidad.

– ¿Segura?

– Sí.

Don Ernesto volteó a ver a su ahijada en busca de apoyo, pero ésta alzó los hombros en señal de impotencia o resignación.

– Muy bien –agregó el compadre-. Entonces, díganme si necesitan algo.

– No, gracias compadre. Todo está bien.

Don Ernesto se despidió y Amaranta lo acompañó a la puerta.

– Toma, princesita –dijo don Ernesto, mientras le entregaba una pistola a su ahijada-.

– ¿Para qué es?

– Para que se defiendan ahora que están solitas. ¿Sabes dispararla?

– Sí. ¿Cree que sea necesario?

– Espero que no, pero si se requiere, utilízala sin miedo.

– De acuerdo.

Se despidieron con un beso y un abrazo. Acto seguido, Amaranta fue al ropero a guardar la pistola, ante la mirada asustada de su madre.

Un día después, cerca de la medianoche, doña Magdalena y Amaranta fueron despertadas por unos ruidos. La jovencita se levantó, encendió la luz y se encaminó a la puerta.

– Voy a ver qué pasa, mami. Debe ser un gato.

– Ten cuidado, hijita.

Al abrir, Amaranta se topó con dos hombres jóvenes, que cubrían sus rostros con paliacates.

– ¿Quiénes son ustedes? –Preguntó, asustada-. ¿Qué quieren?

– Somos amigos y venimos a visitarte.

– ¡Lárguense de aquí o llamo a la policía!

Doña Magdalena escuchó los gritos y se dirigió rápidamente al ropero.

– Nadie te va a escuchar, así que vas a hacer lo que te digamos o matamos a tu mamá.

– ¡Ya los reconocí por la voz, son Gabino y José Luis! ¿Qué quieren?

– Que te quites la ropa y si no quieres que le pase algo a tu madre, no le vas a decir a nadie que estuvimos aquí.

– ¡No me voy a desnudar!

– Entonces, vete por la vieja, José Luis –le dijo uno de los embozados al otro-.

– ¡No, deténganse! Haré lo que me piden –aceptó Amaranta-.

– Muy bien, así me gusta.

Amaranta comenzó a despojarse de la bata de dormir, cuando apareció doña Magdalena, con la pistola en la mano.

– ¡Alto ahí, dejen a mi hija en paz o disparo!

Los intrusos se sorprendieron momentáneamente, al ver a la señora armada, pero intentaron intimidarla.

– ¡Ja, ja, ja, usted no tiene valor para disparar, viejita! –Comentó uno de los hombres-.

Doña Magdalena disparó al aire.

– ¡Para que vean que hablo en serio! –Agregó la señora González-.

– Ya nos vamos, pero luego volveremos y las cosas van a ser muy distintas.

Los jóvenes se brincaron ágilmente la barda y huyeron, impulsados por su cobardía.

Amaranta vio que su mamá se iba a desmayar y alcanzó a detenerla antes de que cayera al piso. Después de acostarla en el suelo, fue a la puerta, la abrió y gritó para pedir ayuda. Los vecinos llegaron de inmediato y alguien fue por el doctor, pero ya no pudo atender a doña Magdalena. Murió de un infarto fulminante.

A partir de ahí, los eventos se sucedieron rápidamente para Amaranta y su mente no registró algunos hechos. Lo único que recordaba era su dolor infinito, la presencia constante de su padrino a su lado, que sus hermanos llegaron al sepelio y que se quedaron una semana con ella.

– Hermanita –le dijo Tzirandi-. Vente a vivir con nosotros a la ciudad de México. Te vas a quedar muy sola aquí.

– No, gracias, hermanita. Quiero terminar la Secundaria, ya falta poco y no estoy sola, mi padrino está conmigo.

– ¿Estás segura? –Reviró Tzirandi-.

– Totalmente, no se preocupen por mí. Voy a estar bien.

Dos días después de la muerte de doña Magdalena, aparecieron en la plaza los cadáveres de Gabino y José Luis. Tenían un letrero que decía: “Para que aprendan a respetar a la mujer ajena”.

 

Amaranta interrumpió sus evocaciones y lloró al recordar la muerte de su madre. Nunca se sintió tan sola como cuando ella se fue, afortunadamente, su padrino estuvo ahí, segundo a segundo y haciendo todo lo que ella le pedía, incluso aquello en lo que él no estaba de acuerdo. La muerte de doña Magdalena cambió el rumbo de la vida de La Guachita. Jamás volvió a ser la misma. Su alegría dejó de ser absoluta.

Se refugió en su padrino, más que nunca, incluso se fue a vivir mucho tiempo a Tondoche, al concluir el novenario. Las dos primeras noches en el rancho, los peones le dijeron a don Ernesto que alguien andaba merodeando. El señor Ruiz les ordenó que buscaran bien hasta dar con el intruso o intrusos y que no descuidaran la vigilancia.

Al día siguiente, por la tarde, Amaranta le comentó a su padrino que iba al río a bañarse.

– No, princesita, mejor báñate en la casa –le sugirió don Ernesto a La Guachita-. Además, ya se va a meter el sol.

– Tengo ganas de nadar un rato, padrino.

– No vayas, puede ser peligroso, princesita. ¿Quieres que vaya contigo?

– No es necesario, no pasa nada, padrino y para que esté tranquilo me voy a llevar a una guacha. ¿Está bien?

– Pues no estoy de acuerdo, pero, ándale pues. Con cuidado, cualquier cosa, me avisan.

– Sí, padrino. Al rato venimos.

Amaranta le dio un beso a don Ernesto y luego se fue al río. El señor Ruiz la siguió con la mirada hasta que se perdió de vista. No quería incomodar a La Guachita con su presencia, pero estaba intranquilo, así que le pidió a una de las molenderas que fuera a cuidar a su ahijada.

A los pocos minutos, don Ernesto escuchó los gritos de la molendera:

– ¡Patrón, patrón, Casildo se quiere llevar a la niña Amaranta!

Don Ernesto fue por el rifle y luego corrió hacia el río. A la distancia vio a la niña que acompañaba a Amaranta tirada en el suelo, mientras que Casildo pretendía desnudar a La Guachita, así que disparó al aire, para intentar detenerlo, pero, en esa ocasión, Casildo iba armado, llevaba una pistola y con ella apuntó a la cabeza de la jovencita, mientras se cubría con su cuerpo.

– ¡Alto ahí, vejete! –Amenazó Casildo-. ¡Si no quieres que mate a tu ahijada, tira el rifle!

Don Ernesto se acercó un poco más a la pareja, mientras le apuntaba con el rifle a la cabeza de Casildo.

– ¡Quieto viejo, te dije que hicieras alto! –Reiteró la amenaza Casildo-.

– Pues aquí nos vamos a morir todos, Casildo, porque no pienso tirar el rifle.

Casildo dudó momentáneamente al oír las palabras de don Ernesto, pero enseguida recuperó el aplomo.

– ¡No creo que quieras que mate a tu ahijada!

– No, no quiero, pero tampoco creo que quieras morirte sin conseguir lo que buscas –replicó don Ernesto y le señaló a Casildo a los trabajadores del rancho, que estaban a unos metros, armados y dispuestos a intervenir en cuanto se los indicara su patrón o cuando vieran que era necesario hacerlo-.

Casildo se dio cuenta que sus planes se iban a frustrar una vez más, así que veía para todos lados, en busca de una vía para escapar.

Para convencer a Casildo de que estaba dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias, don Ernesto alzó la voz:

– ¡Muchachos, si este tipejo le hace algo a mi ahijada, quiero que lo maten como a un perro! Acérquense poco a poco, yo voy a hacer lo mismo, que no se vaya a escapar.

Casildo se vio acorralado, así que jaló a Amaranta  hacia el río, luego la aventó con fuerza al piso y se adentró en las aguas. Don Ernesto corrió a levantar a su ahijada, quien se había desmayado. En ese momento, el señor Ruiz sintió la quemadura de un plomo en el brazo izquierdo, producto de un disparo que Casildo hizo, con la firme intención de matar a la jovencita. El padrino y sus trabajadores dispararon en contra del agresor, pero éste desapareció en la profundidad acuosa, al amparo de la obscuridad que comenzaba a cubrirlo todo.

Don Ernesto desdeñó el dolor y el sangrado de su herida y se dedicó a cubrir con la camisa el cuerpo semidesnudo de su ahijada, debido a que el vestido había sido roto por Casildo. La cargó hasta el rancho y la depositó en la cama que ella ocupaba. Le puso una sábana encima y ordenó que le prepararan un té de muicle a Amaranta, para que se lo tomara una vez que recuperara el conocimiento.

Mientras tanto, una de las molenderas revisó la herida de su patrón y vio que sólo había sido un rozón, así que la limpió, le hizo una curación y le colocó el brazo en un cabestrillo.

Al volver en sí, La Guachita lloró copiosamente, temblaba al recordar lo ocurrido y más cuando se percató de la lesión de don Ernesto.

– ¡Padrino, padrino, ese tipo estuvo a punto de abusar de mí y de matarlo!

– Sí, princesita, pero no lo consiguió. Yo no lo voy a permitir.

– ¡Pero, usted no puede vivir detrás de mí! ¡Sentí que me iba a llevar con él! ¡Tengo mucho miedo de que regrese y consiga sus propósitos, es decir, violarme y matarlo a usted!

– Tienes razón cuando dices que no puedo vivir detrás de ti, pero si yo no estoy a tu lado, alguien de mi confianza te va a cuidar. Debes saber que le disparamos a Casildo y no sé si le dimos o no. Si no está muerto, lo va a pensar mucho para volverlo a intentar y ahí estaré yo, si Dios me da licencia.

– Ahorita estoy muy asustada al darme cuenta de todo lo que pudo haber pasado, pero con el transcurso de los días recuperaré la objetividad y voy a pensar en hacer algo para que Casildo no se salga con la suya. Por lo pronto, ¡no me deje sola!

– Aquí voy a estar. Ya di instrucciones para que se quede una de las señoras contigo.

– ¡No, quédese usted conmigo!

– Está bien. Ahorita regreso, voy a pedir que traigan otra cama.

– ¡No, no se vaya, duérmase conmigo, no me deje!

Don Ernesto se acostó al lado de su ahijada.

– ¡Abráceme, padrino! –Urgió Amaranta-.

Don Ernesto rodeó el cuerpo de su ahijada con el brazo sano. Ella se recostó en el pecho de su padrino y éste le cantó al oído, hasta que se durmió.

Amaranta retornó de su viaje al pasado y se dispuso a dormir. Mientras se lavaba los dientes no pudo evitar evocar fugazmente el camino que tomó su vida después del ataque frustrado de Casildo. Se desnudó, se cobijó y poco después, dormía profundamente.

Revés para CDE del PRI; opositor gana delegados de Hidalgo

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La Voz de Michoacán

El revés fue completo para el exgobernador Genovevo Figueroa y su yerno Sabino Padillo quienes prácticamente perdieron la candidatura a la Presidencia Municipal de Ciudad Hidalgo, esto luego del proceso interno de selección de delegados del Partido Revolucionario Institucional (PRI).

Cual novela política, el hermano de Sabino, Rubén obtuvo la mayoría de los delegados políticos, esto tras la reposición del proceso ordenado por el Tribunal Electoral del Estado de Michoacán (TEEM) mismo que mandató la reposición del proceso en el que se le detectaron irregularidades a la Comisión de Procesos Internos.

Desde temprana hora la división priista se hizo evidente cuando el grupo encabezado por Sabino y el delegado político del Comité Directivo Estatal (CDE), Mario Tzintzún intentaron “reventar” el proceso de selección de los delegados, esto toda vez que a sabiendas de que no les favorecería la votación intentaron boicotear el evento.

En dicho sitio donde estaría realizando el proceso interno los seguidores de Sabido se atrincheraron impidiendo la realización de la elección, sin embargo el delegado auxiliar, Tomás Salto Cruz por acuerdo de la Comisión de Proceso Internos se logró cambiar a una sede continua en el mismo recinto.

Tras ello y ante el notario público y con la presencia de la representación de la Comisión Estatal de Procesos Internos se hizo la votación de poco más de 3 mil priistas asistentes quienes validaron la lista de 334 delegados de la Planilla Verde, mismos que serán junto con los consejeros políticos estatales quienes mañana elijan al candidato a la Presidencia Municipal.

Bajo dicho esquema el equipo de Rubén Padilla tiene prácticamente amarrada la candidatura a la Presidencia Municipal, una de las que luego de los alegatos estaría siendo el ejemplo de las irregularidades dentro de los procesos internos de selección de candidatos.

Promete Orihuela seguir rescate de Tierra Caliente

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La Voz de Michoacán

Tepalcatepec, Mich. El candidato del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y del Partido Verde Ecologista de México (PVEM), J. Ascensión Orihuela Bárcenas, aseguró que los michoacanos de Tierra Caliente desean más contar con empleo y desarrollo económico, por lo que prometió trabajar en este renglón, luego de que la Federación ha garantizado su tranquilidad y seguridad.

En su segundo día de campaña electoral y acompañado de toda su familia, incluso hasta sus nietos, el candidato al Solio de Ocampo ofreció en Tepalcatepec, cuna del inicio armado de los grupos de autodefensa contra el crimen organizado, instalar una empacadora de limones para desarrollar la economía de los michoacanos. Se comprometió a atender a los “olvidados” de la región ya que así se lo expresaran personas con quien estrechaba apretones de manos y abrazos en su recorrido en este municipio pegado con el estado de Jalisco.

El senador con licencia congratuló el respaldo del exgobernador Fausto Vallejo Figueroa en votar por él y en respaldar a los candidatos del PRI por su militancia.

“Hoy la gente habla de apoyo para el desarrollo económico, la gente ya en ningún momento hablo de guardia de seguridad, policía militar, o militares o navales, no, la gente hoy nos dice necesitamos apoyo para que nuestros pueblos salgan económicamente; ustedes no llegaron a la reunión más temprano, las mujeres nos decían tenemos un proyecto, nos falta un recurso para iniciar un proyecto de deshidratado de frutas y la gente nos dice queremos apoyo para que la economía empiece a activarse o mejore”.

Desactivan alerta de género en Michoacán

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La Voz de Michoacán

El Gobierno del Estado celebra que las propuestas realizadas por un grupo de especialistas con el propósito de prevenir la violencia contra las mujeres en Michoacán, apunten a crear sinergias entre los gobiernos estatal y municipales con la sociedad, para fortalecer de manera conjunta las políticas públicas que garanticen un trato digno y equitativo a las mujeres. Subraya, además, que las observaciones hechas por esta instancia no constituyen una declaratoria de alerta de género en la entidad.

Este día, la Comisión Nacional para Prevenir y Erradicar la Violencia contra las Mujeres (CONAVIM) dio a conocer el Informe del Grupo de Trabajo conformado para analizar las condiciones que prevalecen en Michoacán en lo que concierne a manifestaciones de violencia contra la mujer.

El Gobierno del Estado colaboró con la elaboración del diagnóstico al proporcionar información al  Grupo de Trabajo sobre las acciones que se han llevado a cabo en coordinación con el Gobierno de la República, para generar mejores condiciones de equidad de género en la entidad.

El informe dado a conocer este martes no implica una declaratoria de Alerta de Género en Michoacán; concentra un conjunto de propuestas planteadas por  los especialistas -en su mayoría académicos de universidades públicas- con el objetivo de que los gobiernos estatal y municipales refuercen sus políticas públicas con perspectiva de género.

Hipólito Mora ya tiene escoltas federales, asegura Dante Delgado

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La Voz de Michoacán

El candidato a diputado federal por Movimiento Ciudadano, Hipólito Mora ya cuenta con escoltas de instituciones federales para hacer campaña en territorio michoacano, declaró el presidente nacional de dicho partido, Dante Delgado.

Tras firmar el convenio contra la trata de personas con la Comisión Unidos Contra la Trata, presidida por Rosi Orozco, el dirigente partidista confirmó que el líder de las autodefensas de Michoacán tiene protección para su campaña que comenzó el domingo pasado.

“La seguridad de Hipólito Mora se da en el caso de Michoacán y tengo entendido que le están dando protección de dependencias federales”, sostuvo.

Aclaró que cada uno de los candidatos de Movimiento Ciudadano tendrá que pedir seguridad a instancias federales si la requiere.

Capturan a César Gastelum, operador de cocaína en el Cártel de Sinaloa

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La Voz de Michoacán

Fuerzas federales detuvieron en Cancún, Quintana Roo, a César Gastelum Serrano, líder de un grupo delictivo que operaba en Sinaloa, informó  el Comisionado Nacional de Seguridad Monte Alejandro Rubido.

En conferencia de prensa, el funcionario detalló que este sujeto es señalado como el reponsable del trasiego de cocaína a gran escala entre Colombia, Honduras, Guatemala, y México para su envió a los Estados Unidos, así como la distribución de droga en esos países.

Rubido García indicó que Gastelum Serrano se encuentra en la lista de delincuentes más buscados en Estados Unidos y está catalogado como el principal proveedor de cocaína en Centroamérica.

El delincuente es señalado como socio de Ismael “El Mayo” Zamabada y del Joaquín “El Chapo” Guzmán. Su detención se logró en el municipio de Benito Juárez.

Abren registro para propuestas de proyectos de investigación nicolaita

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La Voz Michoacán

La Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo tiene abierto el registro para pre-propuestas de proyectos de investigación nicolaitas, que tengan vinculación con investigadores de la Unión Europea. El registro de la pre-propuesta se realizará a través del Sistema de Fondos del Conacyt en español, con fecha límite hasta el 15 de enero del 2016.

Esta convocatoria es para incentivar la participación de investigadores, científicos y entidades mexicanas participantes en el programa Horizon2020 de la Unión Europea, que se organiza entre el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología de México (Conacyt) y lanzó la Convocatoria CONACYT-H2020 donde se invita a instituciones públicas y privadas mexicanas, a registrar pre-propuestas para formar parte de consorcios europeos conforme a las convocatorias publicadas por la CE en el marco del programa H2020.

La aceptación de los proyectos dependerá de la decisión de un Comité Evaluador del Conacyt, el cual tomará en cuenta la propuesta europea presentada en el H2020; una vez seleccionada, la entidad proponente deberá enviar una copia completa en formato electrónico de la propuesta al Conacyt para su evaluación.