Ni las golpizas hacen que se regresen a su país

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COACALCO, Méx.—Darwin dejó Honduras hace siete meses. Allá, también dejó cuatro hijos y la esperanza de llegar a Estados Unidos. El sueño americano terminó en un crucero vial de Coacalco en donde él y 15 migrantes más, descubrieron la manera de sobrevivir.

Ellos, son su nueva familia. Ese nuevo lazo se tejió en la casa del migrante de Tultitlán. Ahí, el hondureño conoció a sus paisanos, guatemaltecos, peruanos y un salvadoreño; que tras el cierre del albergue buscaron refugio en las calles del municipio.

Un puente vial con dirección hacia la autopista México Querétaro fue su primer morada, pero el espacio ya estaba ocupado por otros centroamericanos.

La avenida López Portillo con la tardanza de sus semáforos en rojo, se convirtió en su aliada. Darwin y sus 14 compañeros aprovechan el tráfico para “trabajar” de limosneros, limpiaparabrisas, vendiendo dulces y paletas.

LE ENTRAN AL COMERCIO INFORMAL

Unos han conseguido el suficiente dinero para comprar mercancía que ahí mismo ofrecen.

Otros, como Darwin prefieren continuar con la fórmula que hasta hoy, les ha funcionado: tocar la ventanilla de los conductores para conseguir una moneda regalada.

Pero eso fue hace meses. Ahora, el constate estar de los migrantes se ha convertido en molestia para los vendedores que ahí trabajan.

“Es el racismo, el peor de los enemigos”, así lo dice Darwin, el hombre que día a día pelea con una dulcera ambulante, quien celosa del espacio pide a los policías municipales que retire a los centroamericanos.

Y es que los cuarenta pesos que Darwin lleva en su mochila, le hacen falta a ella. La venta de dulces en ese crucero competido, ha disminuido desde la llegada de los migrantes. Antes, dice, trabajaba cinco horas y llevaba a casa 100 pesos, ahora la gente no gasta en dulces y prefiere regalar las monedas por temor a que los ilegales los agredan.

NI LAS GOLPIZAS LO HACEN RETORNAR A SU PAÍS DE ORIGEN

Milton tiene 20 años. Para él, la pobreza que padece su familia, en nada se compara con las dificultades que encuentra en México.

Ni la golpiza que casi lo mata en Veracruz, ni las peleas en el crucero de Coacalco, lo motivan a regresar a su país.

“Aquí he tenido lo que nunca en Honduras: comida y trabajo”. En México, Milton ha sido albañil y los últimos seis meses, ha comido de la caridad de policías municipales. Son los uniformados quienes todos los días llevan alimento a los 15 migrantes.

Y aunque los centroamericanos dicen que esta semana continuarán su viaje hacia Estados Unidos, son los uniformados quienes los desmienten. Ese ha sido el argumento desde que la casa del migrante cerró sus puertas.

La Casa del Migrante de Huehuetoca, tampoco es opción para ellos. Dicen desconocer su ubicación pero para el sacerdote Juan Antonio Torres, el albergue es conocido por todos, pues las vías del tren donde viajan los migrantes llevan hasta las puertas de la casa.

Son las reglas del campamento ubicado en los límites del municipio, lo que aleja a los migrantes del crucero de Coacalco.

Ellos, encontraron en la Avenida López Portillo, lo que en Huehuetoca se les niega: un lugar donde pasar las noches de más de seis meses.

Y es que para evitar que los migrantes sean enganchados por los polleros, la casa sólo aloja a los migrantes por dos noches. Una vez cumplidas sus horas, no podrán regresar hasta seis meses después.

Quien llega a la carpa instalada en medio del campo, primero pasa por el detector de metales que el eclesiástico carga en una mano. Sólo quien viaja desarmado y sin droga tiene acceso a unas de las 17 literas y a la comida que la diócesis de Tultitlán les regala.

Después de identificarse con un documento de su país de origen, los migrantes quedan registrados. En ese libro no aparecen los nombres de Darwin, ni Milton, ni de ninguno de los 15 migrantes que en los cruceros de la López Portillo, encontraron su hogar.

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