Ahora que la Casa Blanca ha destrozado el inicio de Obamacare y el Congreso ha metido la pata con el cierre del gobierno, es probable que los que están en ambos extremos de la Avenida Pennsylvania aporten el mismo nivel de destreza y sensibilidad al explosivo debate sobre la reforma migratoria.
El presidente Obama pronunció un discurso el jueves reanudando el debate y retando al Congreso a aprobar “una reforma migratoria de sentido común”.
Sería el mismo tipo de reforma que Obama ayudó a frustrar en 2006, cuando era senador. Y el mismo tipo de reforma por la que no hizo nada durante su primer período presidencial. Y sería el tipo de reforma de la que su gobierno se ha alejado aún más con sus duras políticas de seguridad que deportaron a casi 2 millones de personas y dividieron veintenas de familias.
Mientras tanto, el presidente de la Cámara, John Boehner, mostró optimismo, la semana pasada, expresando que la Cámara, controlada por los republicanos lograría algo en este asunto, para fin de año.
Boehner está soñando. Ése es el tiempo que les llevará a los legisladores su primera ronda de insultos. Además, lo que los republicanos tienen en mente no es una amnistía plena para los que se estima que son 11 millones de inmigrantes, que viven en la actualidad en Estados Unidos, sino, como mucho, un camino para lograr categoría legal sin ciudadanía, o categoría legal con ciudadanía, pero sólo para los jóvenes que fueron traídos al país de niños. Eso no es aceptable para los demócratas, que cuentan con el hecho de que los ciudadanos pueden votar y los no-ciudadanos no pueden hacerlo.
Así es que Washington quiere volver al asunto de la inmigración. Todo lo que puedo decir es: Por favor, no lo hagan. Los estadounidenses ya han tenido suficiente.
Cada vez que aquellos a quienes realmente les importa la reforma migratoria vuelven a este debate, sólo terminan con corazones heridos, promesas rotas, y una deshonestidad descarada. Los legisladores de ambos partidos -a la mayoría de los cuales no les importa el asunto, y les importa aún menos lo que les ocurra a los inmigrantes- crearán más animosidad, cinismo y falsas esperanzas. Cientos de miles de manifestantes de ambos bandos saldrán a la calle, enfrentando unos grupos contra otros. Para cuando nos demos cuenta, nos distraeremos y acabaremos gritándonos mutuamente en los programas radiales, sobre asuntos tangenciales como, por ejemplo, si los manifestantes debían llevar la bandera mexicana o si los periodistas debían usar la frase “inmigrantes ilegales”.
Ahórrenme todo eso. Podría valer la pena pasar por todo el proceso si los defensores, que están liderando la carga en Washington, persiguieran algo más que su propio interés. La mayoría no lo hace. Actúan de mala fe y pasan la mayor parte de su tiempo tratando de engañar a la gente cuya causa supuestamente están defendiendo. La defensa de la inmigración se ha convertido en un gran negocio, en que las fundaciones con sede en Nueva York dan decenas de millones de dólares a una cantidad de organizaciones con sede en Washington, que sacan ganancias de este debate. Algunos de los activistas de base más sabios, que están luchando genuinamente -gente como Alfredo Gutiérrez, ex líder de la mayoría del Senado de Arizona, que ha pasado los últimos años combatiendo al sheriff Joe Arpaio y la ley de inmigración de Arizona, y grupos como Presente.org y la National Day Laborer Organizing Network- se refieren a los grupos de Washington como al “Complejo Industrial de la inmigración, sin fines de lucro.”
¿Saben quién levantó el velo de esta farsa? Fue DREAM 9, varios jóvenes que se encontraron de vuelta en México, porque o bien se “auto-deportaron” para pedir más oportunidades, o el gobierno de Obama los expulsó físicamente, a pesar de la insistencia del presidente ante los medios de habla hispana de que no está deportando DREAMers. Los nueve activistas cruzaron la frontera en Nogales, Arizona, y fueron rápidamente aprehendidos por los funcionarios de inmigración federales.
¿Qué dijeron esos grupos de Washington en defensa de los DREAM 9? Nada. De hecho, un alto funcionario de uno de esos grupos-la American Immigration Lawyers Association(AILA, por sus siglas en inglés)- fue al ataque, indignada porque los jóvenes abochornaron a un gobierno con el que la AILA ha tenido muy buenas relaciones durante cinco años. Finalmente, dejaron a los activistas en libertad.
En el camino, las organizaciones de base se dieron cuenta de que no estaban solas. Aprendieron a seguir el dinero, a no confiar en nadie y a exigir resultados y no conformarse con la retórica.
Ahora, cuando el Congreso y la Casa Blanca reinician el debate de la inmigración, los activistas deben mantener esas lecciones frescas en su mente.