SAN DIEGO – Hace unas semanas, durante mi estadía en Ciudad de México, visité el cuartel general fortificado de la policía federal. Nuestros amigos de las fuerzas de seguridad al sur de la frontera estaban entusiasmados por enseñar las pesadas armas que recibieron de los Estados Unidos. Se supone que el equipo -que es parte de los 1.400 millones de dólares en fondos, prometidos bajo la Iniciativa de Mérida, y que incluye artículos costosos como los helicópteros Black Hawk- debe usarse en la guerra del gobierno contra los carteles del narcotráfico.
Todo está bien, pero hay un pequeño detalle: Nuestro acuerdo fue con el presidente saliente, Felipe Calderón. El presidente electo, Enrique Peña Nieto -que viene de un partido rival que ha prometido terminar con la violencia- no se ha pronunciado sobre si tiene intenciones de continuar la guerra contra la droga y, si sigue con ella, si la librará de la misma manera que Calderón.
Por tanto, si Peña Nieto llega a pactar algún acuerdo con los carteles, como mucho de sus seguidores esperan que haga, ¿para qué usarán los federales los Black Hawks? ¿Para controlar el tránsito?
Se le debería haber hecho esa pregunta al presidente electo, el martes, cuando se reunió con el presidente Obama en la Casa Blanca.
Tuve oportunidad de conocer a Peña Nieto y escuchar lo que este abogado de 46 años planea para su país. La entrevista fue extra-oficial y no se permitieron preguntas.
El nuevo líder del partido Revolucionario Institucional es carismático, apuesto y agradable. Y mientras la intelligentsia mexicana cuestiona su cacumen y sustancia, Peña Nieto parece tener abundancia de esa cualidad que los grandes políticos en general poseen: don de gentes.
En cuanto a los planes que ha discutido públicamente, no parecen representar una reversión total de la dirección establecida por Calderón. Las políticas de Peña Nieto concernientes a las relaciones EE.UU.-México, la migración, el desarrollo económico y la guerra contra el narcotráfico probablemente sean diferentes de las de Calderón -pero sólo levemente. Esperen más matices y diferentes caminos que lleven al mismo lugar.
Mientras el objetivo de Calderón parece haber sido la destrucción de los carteles y el arresto o muerte de tantos jefes narcos como fuera posible, Peña Nieto parece más interesado en proteger al pueblo mexicano y en confiscar envíos de drogas, dinero y armas.
A los carteles no les va a gustar eso. Entonces, ¿cómo se las arregla uno para proteger a la población cuando es probable que los malos respondan con violencia y aterroricen a la población?
Mientras Calderón instó a Estados Unidos a legalizar a los inmigrantes indocumentados y luchó contra páginas y páginas de legislación racista, como la ley migratoria de Arizona, Peña Nieto probablemente se concentre más en la utilización de los consulados mexicanos en Estados Unidos para proteger los derechos de los ciudadanos mexicanos.
Pero cuando uno es el presidente de México, ¿cómo logra eso sin crear una reacción negativa de los estadounidenses, que lo acusarán de entrometerse y se preguntarán cuánto le importaban al presidente esos inmigrantes antes de que partieran en busca de mejores horizontes?
México y Estados Unidos serán vecinos siempre. No hay socio más importante para cualquiera de los dos países. En todos los ámbitos, lo que sucede de un lado de la frontera repercute en el otro.
Por supuesto, la relación no es sólo importante sino complicada. Los mexicanos y los estadounidenses no sólo comparten una frontera común. También comparten un pasatiempo nacional -es decir, echar la culpa de sus problemas al otro.
Pregunten a los mexicanos por qué no han obtenido más ganancias del Tratado de Libre Comercio, el acuerdo firmado en 1992 con Canadá y Estados Unidos, y les dirán que es porque los estadounidenses han hecho imposible que las mercancías mexicanas tengan un precio justo. Pregunten a los estadounidenses por qué hay tantos inmigrantes ilegales en Estados Unidos, y les dirán que es porque los mexicanos no cuidan a su propia gente y no le proveen de suficientes puestos de trabajo para impedir que vayan al norte.
Cuando asuma su cargo de presidente el 1° de diciembre, Peña Nieto tendrá el poder de cambiar ese paradigma. Y sin embargo, dado el valor de mantener a Estados Unidos como un conveniente señuelo cuando las cosas andan mal, es probable que mantenga esta telenovela viva.
Sería un gran error. Ambos países se merecen un trato mejor. Esta relación necesita una fuerte dosis de honestidad, franqueza y claridad. Ya sea si el tema son las drogas, la inmigración, el comercio o cualquier otro asunto que une a nuestros países, los estadounidenses deben saber cuáles son las intenciones de México.
Sólo entonces podremos decidir si debemos apoyar a nuestro vecino, o criticarlo.
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